Juguetes: El no-cuento de Caperucita, por Wendy – Marzo 2012



John y Michel habían marchado hacía rato a su habitación para dormir, pero claramente, por el alboroto que estaban armando, todavía permanecían bastante despiertos, así que mamá me envió para que les reprendiera. Cuando llegué los encontré en plena batalla de almohadas y yo recibí mi parte nada más entrar, por lo que puse mi cara más convincente de enfado y les envié a las camas, sin embargo ellos rápidamente aprovecharon la ocasión…
- Cuéntanos un cuento, Wendy.
- Pero, ¿no os lo ha contado papá antes?
- No – respondió Michel, - dijo que estaba cansado.
- Los mayores son muy aburridos – comentó el pequeño John, - siempre están cansado, o atareados, o enfadados…
- Bueno, si me prometen que serán obedientes, yo les contaré un no-cuento – ofrecí.
- ¿Un no cuento? – preguntaron ellos intrigados. - ¿Qué es eso?...
- Verán, ¿conocen el no-cuento de Caperucita Roja?
- ¡Claro que conocemos el cuento de Caperucita Roja, todo el mundo lo conoce! – dijo muy seguro Michel.
- No, no, el cuento no, yo les voy a contar el no-cuento – repetí.
- Vale – y se acomodaron en sus lechos.
- Caperucita era una niña que vivía con sus papás en el linde del bosque y aquel día, al volver del colegio, le dijo su mamá: “La abuelita está enferma, así que coge esta cestita y llévale un trozo de tarta y un tarro de miel para que suavice su dolorida garganta, pero ten cuidado al cruzar el bosque y no te detengas a hablar con nadie, y menos con el lobo.” Caperucita prometió que así lo haría y se colocó su caperuza roja que terminaba en una linda capa del mismo color, regalo de su abuelita, y salió alegre y feliz en dirección a la casa de la anciana que se encontraba al otro lado del bosque.


Llevaba ya un buen trecho de camino cuando, al volver de una curva, se encontró al lobo sentado sobre el tronco de un árbol caído. Caperucita apresuró su paso y mantuvo la vista al frente para ignorar al malvado animal… pero éste no le dijo nada y pareció no darse cuenta de su presencia, por lo que la niña, un poco sorprendida pensó: “Tal vez no me haya visto, volveré atrás y pasaré de nuevo delante de él.” Y así lo hizo y con idéntico resultado, por ello la sorpresa creció en ella y al final decidió acercarse a la temida alimaña. “¿Te ocurre algo, lobo?” – preguntó la pequeña. El animal la miró con desinterés  y no le respondió. “¿Por qué no me has preguntado a dónde voy y qué es lo que llevo en la cesta?” Entonces el lobo le respondió: “Porque ya lo sé… siempre es lo mismo.” Caperucita lo miró bastante sorprendida. “Ya… claro… - balbuceó.- Pero es que nuestro cuento es así.” “¡Pues yo ya me he hartado! – exclamó la fiera. – ¡Ya estoy cansado de hacer todos los días las mismas cosas!.... A ver, ya sé que llevas un trozo de tarta y un tarro de miel en esa cesta para tu abuelita que dice tu mamá que está enferma, pero es mentira porque yo la acabo de ver regando las lechugas de su huerto, pero, claro, ahora se irá corriendo a la cama para simular que lo está antes de que tú llegues…” “Pero es que el cuento… “ - quiso responder la niña. “¡Sí, ya sé que el cuento es así! – cortó el lobo incorporándose. - ¡Pero yo ya no quiero seguir haciendo mi papel!... A ver, ¿por qué tengo que ser siempre el malo?, ¿eh?, ¿por qué?... ¿De verdad crees que me apetece comerme todos los días a tu abuela?... ¡pues no!... ¿Y crees que es muy divertido que luego llegue el cazador y me abra la barriga?... ¡pues no!...” “Pero ese es tu papel, cada uno tenemos el nuestro!”- justificó ella. “Ya… ¿de verdad te gusta vestir siempre esa ridícula caperuza?... si está ya que se cae de vieja, toda la vida la misma, ¡ya podrías cambiar de ropa, niña!” “¡Pues a mí me gusta! – protestó ella. – Además, me la regaló mi abuelita.” “¡Pues vaya abuela más tacaña que tienes que en cientos de años sólo te ha regalado una caperuza roja”… - se burló él. A Caperucita le cayeron muy mal esas palabras y se sentó en una roca bastante enfurruñada. “No te enfades – le dijo el lobo, - es verdad lo que digo. Además eres una niña de lo más desobediente pues tu mamá te dice todos los día que no hables conmigo y tu erre que erre, a darme conversación y a contármelo todo como una chismosa… ¿Y no te parece ridículo que yo me vaya corriendo a casa de la vieja para comerte?… ¡si sería mucho más fácil comerte aquí ya!... ¿Y lo de vestirme con el camisón de tu abuela?... ¡anda ya que no tiene delito!... Y tú allí como una tonta: Abuelita, que orejas más grandes tienes… Y yo: Son para oírte mejor, querida… ¡Maldita la gracia que me hace escuchar las tonterías que dices!... Y cuando…” “¡Basta ya! – gritó Caperucita a punto de llorar. – Ya sé que esas cosas suenan muy tontas, pero es que el cuento es así.” “¡Pues yo ya no quiero seguir con el cuento! ¡Ni éste ni ninguno!... ¡Ya me he cansado! – aseguró el Lobo. – Siempre siendo el malo... A ver, ¿por qué tengo que comerme a los tres cerditos si son mis amigos?”



“¡Eso, eso! “ – se escuchó la voz de los cerditos que aparecieron  por detrás de un arbusto. Caperucita se puso en pie bastante enfada. “Pero, ¿qué hacéis vosotros aquí?... ¡Este no es vuestro cuento!” “¡Pues nosotros también estamos hartos y nos meteremos en el cuento que nos dé la gana!, ¿vale? – dijo uno de ellos. – Como le de construir casas de paja, ¿ni que yo fuera tan idiota?”... “¡Je, je, je…! – rieron los otros dos. – Un poco tonto sí que eres… ¡Je, je, je!” Y comenzaron a discutir entre ellos. En ese instante apareció Pinocho por el camino. “Pero, ¿qué lío es éste?” – protestó Caperucita al verlo llegar. Llegaba con su nariz alargada y con las orejas de burro. “Yo también estoy de acuerdo con Lobo – dijo el niño de madera. – Todos decís mentiras alguna vez, entonces, ¿por qué sólo a mí me crece la nariz?” 


Y tomó asiento en un pequeño ribazo junto a Pepito Grillo. “Pero, ¿qué os pasa a todos hoy? – preguntó Caperucita ya bastante nerviosa. – Nosotros formamos parte de los cuentos y sin los cuentos no somos nadie, así que cada uno debemos interpretar nuestro papel.” “Pues no – respondió el Lobo. – Yo quiero que cada día el cuento sea diferente. ¿Por qué no me comes tú alguna vez para variar?” “¡Puag, qué asco!” – exclamó la niña. “¡Pues a ver si te crees que es una manjar tu abuelita!” – replicó él. Y todos soltaron una sonora carcajada general. El caso es que mientras estaban hablando se habían ido agregando diferentes personajes de distintos cuentos: Axel y Gretel, Blancanieves y cuatro de los siete enanitos, la Cenicienta, Shrek, Pulgarcito… y más y más que iban llegando hasta llenar el bosque de toda clase de personajes enfadados y queriendo rehacer sus diferentes cuentos, incluso hablaban de mezclarlos, de unirlos, de intercambiarse papeles… Caperucita, viendo aquel caos, recogió su cestita y se volvió al Lobo: “Bueno, decídete, ¿vas a venir a la casa de mi abuelita a comernos o no?” “Pues no, lo siento…” - respondió el otro y señalando a Dumbo que estaba revoloteando por allí con sus grandes orejas, añadió: “Llévate a ese y que os devore él.” A lo que Dumbo protestó: “¡Pero si yo soy un elefante!... Los elefantes no comemos carne.” Y se alejó volando hacia donde el Burro flautista estaba organizando el descontento general con la intención de formar una sindicato o un partido político que defendiera los derechos de los personajes imaginarios. Así que Caperucita se volvió por donde había venido y cuando llegó a casa le contó todo a su mamá: “¿Por qué se comportan así?” – preguntó la niña muy triste y confusa. “Porque se han hacho mayores, querida, se han hecho mayores…” – respondió la mamá.
- ¡Pues vaya…! – exclamó Michel.
- Yo no lo entiendo… - dijo John.
- ¡Tú nunca entiendes nada porque eres un pequeñajo! – se burló Michel.
- ¡Yo no soy un pequeñajo! – protestó John.
- Silencio y ahora a dormir – les ordené.
Les di un beso a cada uno y salí, pero alejándome por el pasillo les escuché comentar:
- ¿Te imaginas el Espejo Mágico?... “Espejito, espejito, ¿quién es la más guapa?”...
- “¡Calla, vieja bruja!”, le diría él, je, je, je….
- O que llegasen Axel y Gretel y ya no estuviera la casita de chocolate porque se la habría hipotecado el banco a la bruja, je, je, je….
Y cuando alcancé el rellano de la escalera una pequeña luciérnaga en la ventana me recordó que una vez conocí a una persona maravillosa que no quería crecer…
- Peter, ¡cuánto te echo de menos!


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