REFLEXIONES EN LA BISAGRA: Paradigma bloque, por Vicent M.B. – Marzo 2012




Cerca del pueblo de mi madre hay un lugarcillo encantador encaramado a la cima de una montaña solitaria en medio del valle. Por la noche se ve como si fuera un montoncito de luces suspendidas en la nada. De tan empinado y expuesto que está a los cuatro vientos, mi tío recuerda que, en los años que pasó allí de maestro, los días ventosos tenía que ir a recoger casa por casa a los niños más pequeños y llevarlos al colegio en brazos para que el aire no se los llevara y los acabara despeñando por algún ribazo. La gente de ese pueblo, todos con las mejillas sonrosadas de las gentes de montaña, tienden a ser más bien espesos. Pelín obtusos. En los alrededores se suele achacar ese punto grueso de sus lugareños al viento. Todo el mundo sabe que donde sopla mucho el viento la gente acaba perdiendo el sentido. Yo suscribí la creencia popular hasta que un día quise reservar mesa para cenar en un bar del pueblo y eché mano de la guía telefónica. El panorama era espeluznante: cinco apellidos cubrían casi toda la población.
La endogamia, bien es sabido, puede llegar a ser bastante tóxica. Solo hay que fijarse en pueblos como el que comento o, sin ir más lejos, en las dinastías reinantes europeas, que atesoran hemofílicos, tarados o simples zotes en porcentajes patológicos. Cruzar primos demasiadas veces es jugar con fuego, puedes cubrirte de mierda. De algo así estábamos hablando un día en la cafetería del trabajo cuando le quisimos hacer la chanza al vasco.
- Gándar, oye, que Euskadi no es tan grande como para que no estéis cruzados de mala manera. ¿Tú eso de los dieciséis apellidos lo cumples?
Y Gándar, sin aparentar mayor esfuerzo, recitó como una letanía los quince apellidos que seguían al que apocopábamos para llamarle. Más de medio minuto de chasquidos polisílabos que sonaban telúricos a oídos romanizados como los nuestros.
- Joder, ¿todos vascos?
- No ya vascos, no. Todos guipuzcoanos. Más en concreto, de dos valles más allá de mi pueblo como mucho.
Jon Gandariasbeitia podría haber salido subnormal. Salió genio. Es lo que tiene jugar con fuego: puedes cubrirte de gloria. Y como de los genios siempre puedes aprender algo, hice por juntarme mucho con él y acabamos trabando una amistad brusca y robusta. Al poco de tener trato con él le invité a que viniera a mi pueblo a pasar un puente. El plan que le propuse era tentador, aunque supongo que lo que le hizo decidirse era que le suponía varias horas de coche menos que irse a Euskadi. El jueves por la tarde llegamos al pueblo, paré a comprar tabaco y me avisaron de que al día siguiente nos íbamos de comida de cuadrilla a un pinar.
- Cojonudo. No hace falta que compréis el arreglo para la paella, me encargo yo.
Me pareció que era una curiosidad antropológica perfecta para que Gándar se fuera metiendo en harina, así que compramos la carne, la verdura y el arroz mientras le introducía en las peculiaridades de la ortodoxia paellera. Cuando acabamos fuimos, aún con la compra, al bar y nos preguntaron dónde íbamos con todo aquello, si ya habían comprado un entrecot entero, en pieza, y el plan era asarlo despacito. Sin molestarme demasiado, pero jodiéndole a Gándar la ilusión infantil que tenía por la paella campestre, al llegar a casa le pedí a mi madre que congelara el pollo y el conejo. Lo que pasó al día siguiente fue que el entrecot se reveló poca cosa para tanto animal, y con las tres ya tocadas hubo que encender otro fuego, ir a casa a por la carne que mi madre no había congelado y buscar un paellón. A las cinco de la tarde llegaba la paella a la mesa del merendero en medio de una borrachera de las gamberras, gamberras, de las de mucho vino y poca carne para empaparlo. Y, a poco de acabar con el arroz, dos de los amigos del pueblo decidieron que era un momento perfecto para sentarse cada uno en un bloque de hormigón y apostar sobre quién era capaz de llenarlo de mierda en una cagada. Todavía no sé qué les llevó a frustrar la porfía, pero encima de la mesa llegó a haber sesenta o setenta euros de los entusiastas apostadores.
Desde aquel día, Gándar sigue refiriéndose a mis amigos del pueblo como "tus colegas los del bloque". No los dos que llegaron a bajarse los pantalones, no. El colectivo completo. "Los del bloque".
Los comentarios, más procaces que despectivos, sobre los del bloque se fueron mitigando con el tiempo hasta que una noche de juerga y mamoneo Gándar se entretuvo a parlotear con una médica catalana. Muy pija ella. En una de esas, la nena soltó alguna estupidez tan evidente que a Gándar, todo frialdad cuando se trataba de encamar con alguna señora, se le escapó una mueca de disgusto. La muchacha se percató, lo miró condescendiente y le espetó:
- ¿Qué pasa? En esta vida hay que ser macarra.
Menos de un minuto después, yendo yo camino de la barra, Gándar me cogió del brazo y mientras seguía mirando a la doctora, me metió en la conversación:
- Mira Josetxo (como me podría haber llamado Antxon, o Andoni, o Joxemari, dependiendo de la noche), que dice la Montse que en la vida hay que ser macarra. Y le estaba diciendo yo que se lo podría comentar a los del bloque.
Confieso que la imagen me hizo gracia. Una niña pija de Barcelona reivindicándose como macarra delante de mis amigos. Que alguno le hubiera contestado sacándose la tranca era una posibilidad que no se podía descartar. Los del bloque son gente noble, pero les gusta la bronca.
Y sí, son también algo provocadores.
El otro día hice esa misma reflexión. Leía con fruición las memorias que recientemente ha publicado un periodista de los de la vieja escuela. De los de fumar mucho, beber más y hacerlo siempre en la redacción. De los que han sido reporteros de barrio, han cubierto guerras y han ejercido corresponsalías en el Vaticano. A lo largo del libro hace someras descripciones de antiguos colegas, y habla maravillas de un auténtico impresentable que últimamente campea por tertulias varias. Sospecho que el mismo autor imaginaría que un relato tan benevolente sorprendería a sus lectores, así que justifica a su amigo con un benévolo "es que es un provocador".
Volvemos a lo mismo. A veces son los "políticamente incorrectos". A veces son los "provocadores". Mis amigos, los del bloque, pueden ser provocadores. De hecho, lo han sido mucho. A veces las provocaciones han llegado a las manos y le han partido la cara a alguien. De igual modo, también se la han partido a ellos. Pero asumían el riesgo y no temían tener que liarse a hostias. No descarto que incluso a veces lo desearan. Al presunto "provocador" nombrado en las memorias de su colega, una noche se le ocurrió que, con un pedal como el sombrero de un picador, era una buena idea tocarle el culo a una mujer en un bar de copas. Resultó que la pareja (o el chulo, no recuerdo bien) de la tía no se lo tomó demasiado bien y le quitó la tontería en dos sopapos. A esas horas y con esos pedos, algo común. A los del bloque les han pasado cosas parecidas y, dependiendo de la afrenta, han asumido que obraron como estúpidos o han planeado un regreso a la semana siguiente para ajustar cuentas. Nuestro provocador favorito hizo llevar una unidad móvil al hospital y, empijamado en la cama, le echó la culpa de sus costillas rotas a los políticos que él consideraba rivales, que azuzaban sus hordas fascistoides contra él. Helo, helo, por do viene, el infante provocador.


De la paliza al presunto provocador han pasado un par de años. El fulano en cuestión y muchos otros de su cuerda siguen divirtiéndose con sus provocaciones. Haciendo gracietas de casi todo. De hecho, algunos politicuchos se han apuntado también y son la mar de ocurrentes en las redes sociales. Cuando estoy escribiendo esto no ha pasado una semana desde que una señora con un importante cargo, de la que dependen numerosos cuerpos de seguridad del estado, ha soltado su penúltima boutade en internet. Ella es muy de gracietas condescendientes, del tipo "vaya, qué curiosidad que...". Con la tensión social en límites que yo nunca había conocido, la muy cretina creyó de recibo echar mierda encima de una gente que se pasa el día protestando en la calle, más que nada porque no tienen casa donde ir: los bancos a los que hemos tenido que inyectar miles de millones de euros se las han quitado. Allí estaba la dicha princesita acusándolos de connivencia con todo el mal que puebla la tierra y justo antes de echarles en cara haber matado a Manolete, un internauta anónimo le respondió
- Ajá. ¿Y?
La política en cuestión, como los picateclas "provocadores" viven en el mundo de la Montse. Son tan gilipollas que no se han dado cuenta de que aquí, ahora, se van a hacer las cosas como las hacen los del bloque.


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