Temas e ideas: El viejo novelista, por Ancrugon – Marzo 2012



- ¡Hola, Miguel! – Éste desvió su mirada del televisor en el que seguía un partido de fútbol sin demasiado entusiasmo.
- ¡Hombre, Rubén, cuánto tiempo! – Y se incorporó sobre la barra para darme la mano. - ¿Qué es de tu vida?
- Pues mira, aquí estamos… - Me regaló una agradable sonrisa esperando algo más de mí. – Acabo de recibir una buena noticia… - continué - y me he dicho que no estaría de más pasar por aquí para celebrarlo.
- ¡Mira qué bien!... ¡Hoy en día no es muy normal recibir buenas noticias!... – Cogió dos vasos de chupito y comenzó a llenarlos. – Pues nada, vamos a brindar por ello… Invita la casa…
- No, no – me apresuré. – Quiero invitarte yo…
- ¿Y eso…?
- Porque tú has tenido algo que ver en todo esto… - Miguel se detuvo.
- ¿Yo…? - añadió sonriente y algo sorprendido.
- Sí – afirmé mientras dejaba caer mi trasero sobre un taburete. - ¿Recuerdas que hace ya algún tiempo, dos o tres años, vine a preguntar si sabías de algún trabajo?…
- Sí, sí… - respondió tras una breve duda. – Te envié a casa de un señor que necesitaba alguien que escribiese sus memorias o algo así.
- Eso es lo que yo pensé…
- ¿Y no era eso…? – Preguntó mientras elevaba el chupito en señal de brindis.
- Pues no exactamente… - bebí un poco. – El hombre era un anciano con pasta que me pagó religiosamente durante todo el tiempo que estuve a su servicio… El caso es que el hombre, a causa de sus años y ciertas enfermedades, se veía bastante poco y, por eso, necesitaba alguien que escribiese por él…
- Ya entiendo…
- No, me temo que no… - me miró con cierta curiosidad y, tras acabar su vaso de un trago, acercó la botella para rellenarlo y la dejó allí presumiendo que la cosa iba para largo y que necesitaríamos de sus servicios en más de una ocasión.
El local estaba totalmente vacío, a no ser por nosotros, y evitando el calor de la calle había bajado las persianas creando un ambiente de penumbra fresco y acogedor.
- Él no quería los servicios de un secretario para llevar su correspondencia y tal, para eso ya tenía una mujer que pasaba la mayor parte del día dormitando o leyendo revistas del corazón… no, él quería alguien que supiera escribir, en plan literario, ¿entiendes?... – Miguel afirmó con la cabeza mientras rellenaba mi copa. – Lo primero que hizo  cuando llegué fue una especie de examen para conocer mi nivel… La cuestión es que debí agradarle porque me dijo que volviera al día siguiente, sobre las nueve de la mañana…
- O sea, que te contrató…
- Sí…
- ¿Bien, no?...
- Pues sí… Lo cierto es que hubiera cogido cualquier trabajo, ¿sabes?… pero aquel, a priori, me gustaba más. Pensaba, como tú has dicho, que el hombre querría escribir sus memorias y que me dictaría sus recuerdos y yo tendría que encajarlos y todo eso…
- ¿Y no…?
- Pues no… - él se encogió de hombros esperando. – Lo que pretendía era escribir una novela que había imaginado durante décadas y que nunca se había atrevido a llevar a la realidad…
- ¿Una novela…? ¿Y de qué trataba?...
- Ahí está lo curioso… - En aquel instante alguien marcó un gol y el locutor se puso a bramar como un poseso. Miguel apagó la televisión, volvió y rellenó de nuevo los vasos. – Al día siguiente volví y ya me estaba esperando desde hacía rato. “Los viejos no dormimos, nos pesan demasiado los recuerdos” – dijo. – Yo me había llevado una carpeta llena de folios y varios bolígrafos, por si acaso… “Mire, joven, la ilusión de toda mi vida ha sido la de escribir novelas, ¿sabe?, porque siempre he tenido una imaginación desbordante, pero me ha faltado tiempo y valor para sentarme y enfrentarme con el papel en blanco… Sin embargo, ahora, al final ya de mi camino, creo que ha llegado el momento, pero ya no puedo hacerlo por mí mismo… ¿lo entiende?...”
Miguel me miraba con interés e, incluso, agradecido por estar haciéndole más llevaderas aquellas horas sin clientela.
- Total, que me dispuse a transcribir toda la imaginación tantos años retenida en aquella cabeza de pelo cano intentando no perderme ningún detalle, ninguna coma… “¿Cómo se va a titular?”- pregunte con ingenuidad. El hombre me miró como el niño al que se le coge en falta. “No lo sé… nunca he sabido esas cosas, ¿sabe?... Cuando nació mi primer hijo, el que mataron en Argentina, creo… porque nunca recuperamos su cuerpo…, mi mujer me hizo una pregunta similar: ¿Cómo se va a llamar?... y no supe que responder, así que ella le puso el nombre de su padre, el abuelo Nicolás… un verdadero hijo de puta… militar de los más corruptos que se pueda echar a la cara… y que incluso no tuvo huevos para salvar a su nieto…  Media Patagonia era de él, ¿sabe?... y más cosas de las que nunca conseguimos enterarnos…” “¿Es usted argentino? – pregunté algo sorprendido porque no parecía tener ningún acento de allá. Él me miró como si me viera por primera vez. - “¡No, no, qué va! Yo soy español, lo que ocurre es que me casé con una muchacha argentina, Margarita… ¡qué guapa era!... ¡y buena!... Margarita…” La cuestión era que llevábamos un buen rato y todavía no había escrito ni una palabra. “Entonces dejamos el título para más adelante – corté el hilo de sus recuerdos, - ya se le ocurrirá algo a medida que avanzamos en la trama. ¿Y de qué va a tratar?” Él meditó durante un largo rato con la mirada colgada de las macetas del balcón vecino, cosa que hacía con relativa frecuencia, y al rato se volvió y me señaló con un índice huesudo y lleno de pequitas marrones. “¿Ha estado alguna vez en Canadá?” La pregunta me cogió por sorpresa y tuve que esforzarme para recordar qué era Canadá y dónde estaba. “Pues no.” Respondí lacónicamente, la verdad es que me tenía un poco confundido. “Es un país precioso… Nosotros vivimos allí durante varios años…” Imaginé que se refería a su esposa y a él. “Allí nacieron nuestros hijos…” Esperé un poco, pero al ver que no continuaba pregunté: “¿Qué hacía usted en Canadá?” De nuevo me miró como si no hubiese entendido la pregunta. “¡Ah!, en Canadá… Me envió mi padre para dirigir una de nuestras empresas…”
- ¡Joder con el abuelo! – exclamó Miguel, - debía estar forrado, ¿no? – Yo simplemente me encogí de hombros.
- El caso es que aquel primer día pasamos cerca de tres horas así, cada vez que me refería a la novela que quería escribir, él me contaba algo de su vida y cada nueva referencia me asombraba más que la anterior, pero de escribir, nada de nada…
- ¡Qué raro!, ¿no? – Comentó Miguel mientras llenaba por enésima vez los vasos.
- ¡Pues no veas lo que llegué a pensar tras varias semanas así!… Sin embargo, tampoco me atrevía a preguntar si en realidad quería escribir algo o lo que pretendía era tener compañía para poder hablar… La cuestión es que me fue contando toda una serie de sucesos y hazañas y su existencia me pareció digna del mayor aventurero, por lo que decidí que todos los días iría tomando nota de lo que me iba contando, por si acaso luego se podía utilizar, pero tenía que hacerlo en mi casa, cuando él no me veía porque, si lo hacía en su presencia, se negaba a que tomase apuntes sobre su vida privada…
- ¿Y cuanto tiempo estuviste así?
- Todo.
- ¿Todo?... ¿Quieres decir que no llegaste a escribir nada de la novela?
- Nada.
- ¿Entonces?...
En aquel momento entraron un grupo de ruidosas chiquillas que pidieron refrescos y, mientras Miguel fue a servirles, saqué de mi mochila la copia de mi libro.
- Bien… continúa… - apremió al regresar.
Yo le señalé el montón de folios escritos a doble espacio y por una sola cara que había colocado sobre la barra.
- Si te apetece  y tienes tiempo, ahí tienes la respuesta.
Él los miró con un poco de aprensión.
- ¿Qué es eso?
- La buena noticia que estamos celebrando.
- Entonces… sí que escribiste la novela del viejo…
- No,  escribí mi novela – puntualicé.
- O sea… ¿Qué escribiste una novela basada en su vida?...
- La cuestión es que con todos los apuntes sobre lo que él me iba contando llegué a tener material suficiente para una larga saga… Pero el hombre murió al año, más o menos, de comenzar nuestras reuniones. Así que yo intenté ponerme en contacto con algún familiar para pedir permiso para utilizarlo, pero no di con nadie. Al final contacté con la mujer que le hacía de secretaria o lo que fuera y ella me dijo que este señor no tenía a nadie… es más… que desde que murieron sus padres, hacía ya muchos años, siempre había vivido solo…
- ¿Entonces?...
- Sí, sí… yo también me quedé estupefacto. Me aseguró que jamás se había casado y que nunca, que ella supiera, se le había conocido mujer alguna que le acompañase, que lo de los hijos, lo de Argentina, Canadá y todo el resto del planeta Tierra que me había contado eran imaginaciones suyas, que siempre había vivido de las rentas que le prestaban un sinfín de acciones e inversiones heredadas y que en su vida había hecho otra cosa que emborronar papeles que luego tiraba a la papelera…
- ¡Toma ya! – y volvió a tentar la botella. – Entonces… - y señaló con la cabeza el montón de folios, - ¿esto qué es?
- La novela que yo he escrito sobre su vida y que me acaban de aceptar en una editorial… Por eso he venido a celebrarlo, porque tú fuiste quien me envió a él…
- ¡Anda!... Pues muy bien, ¿no?...
- Ya te digo…
De nuevo miro el paquete con una mezcla de cautela y recelo. Levantó el vaso y me invitó a brindar.
- Por el éxito de… ¿cómo la has titulado?
- El vacío.
- ¿El vacío?... – y sopesó las palabras. - Claro… claro…
Y uno de los últimos rayos de sol del atardecer revoloteó entre las botellas del mostrador multiplicándose en brillos imposibles… Era un buen final para un día de verano…

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