EL DIARIO DE ANA: Coincidencias, por Ana L.C.– Mayo 2013
-
¡Me la han matado! ¡Me la han matado!...
Una muchachita, bastante parecida en el
rostro a la Matilde de la fotografía que me mostrase Carlos, intentaba
tranquilizarla sin ningún éxito y amenazando con caer ella misma en la
desesperación.
-
Pero, ¿cuánto tiempo están sin noticias de ella? – pregunté al padre, un hombre
muy alto y delgado quien quería mantenerse firme, pero al que se le notaba la
preocupación.
-
No mucho – respondió. – Creo que la semana pasada recibimos un correo
electrónico donde nos decía que estaba bien y que pronto volvería – miró a la
chiquilla y ella afirmó con la cabeza.
-
¿Se comunican, entonces, por Internet? – volví a indagar.
-
No, ya hace tiempo que dejó de responder a los mensajes de su hermana… - volvió
a mirarla como invitándola a hablar, pero ésta no respondió. – Simplemente nos
envía algún mensaje, de vez en cuando, diciendo que está bien y que pronto
volverá… nada más… - y hundió la mirada en sus manos que apoyaba sobre la mesa
como dos animalitos inquietos y abandonados.
Carlos, quien había estado silencioso
desde nuestra llegada, se puso en pie y se acercó a la jovencita.
-
Yoli, ¿puedo ver esos mensajes?
Ella afirmó y le indicó que le siguiera
desapareciendo los dos por una puerta que daba a un pasillo. Estuvimos un
momento en silencio, roto de nuevo por la cantinela de la pobre mujer que me
miraba con ojos suplicantes… Todo aquello me angustiaba porque, además, no
estaba entendiendo nada de nada. Desde que me hice cargo del bufete las cosas
iban ocurriendo a un ritmo arrollador que no me dejaba pensar y ¡todo era tan
absurdo!
-
¿Por qué tenía que irse tan lejos? – pregunto entre lágrimas la pobre mujer. -
¿Por qué?...
-
La encontraremos, señora, ya lo verá… Y seguro que está bien… - pero mis
palabras no resultaban muy convincentes. Evidentemente era más fácil hablarle a
un juez que a una madre llena de miedo.
-
Usted dirá – me dijo el chico bastante incómodo.
-
¿Dices que Matilde y tú rompisteis hace cinco meses? – pregunté sin preámbulos
e indicándole que tomase asiento, cosa que hizo.
-
Sí, más exactamente el siete de abril, lo recuerdo porque era el día de su
cumpleaños – el padre afirmó con un gesto.
-
¡Vaya día para romper! ¿No?...
-
Eso pensé yo también… - tragó saliva. – Pero fue ella la que me dijo que ya no
quería seguir… que por su parte no… no sentía lo mismo que antes…
-
Pero, ¿el viaje a México lo teníais planeado?
-
Sí… Ella dijo que se encargaría de anularlo… A mí… a mí era lo que menos me
preocupaba, ¿sabe?
-
Ya, te entiendo… - Entonces me di cuenta que Carlos y Yoli habían vuelto. -
¿Sabes si estaba saliendo con otro?
-
No… no lo sé – se volvió a mirar a mi acompañante. – Antes salió un tiempo con
Carlos, pero yo no le conocía ninguna relación más…
-
Ella no comentó nada en la oficina – aseguró Carlos.
-
¿Has visto los mensajes? – le pregunté.
-
Sí, son siempre los mismo, ya sabes, copiar y pegar – respondió.
-
¿Los pudo escribir otra persona?
-
Seguramente… - y la madre rompió a llorar, por lo que su hijo se abrazó a ella
e intentó consolarla.
-
Tenemos que avisar a la policía de esto, Ana – me indicó Carlos, - ellos
descubrirán desde dónde se enviaron los mensajes, por la dirección IP del
ordenador desde el que escribieron, ya sabes – la verdad es que yo no tenía ni idea
que eso existía ni que se pudiese averiguar desde dónde enviabas los mensajes,
pero me abstuve de decirlo.
-
¿No te importará colaborar? – pregunté al novio.
-
No, no, en absoluto. Haré lo que haga falta, ¡por Dios!... – y sin disimulo
alguno le brotaron sendas lágrimas.
Pero antes que la policía llegó el
servicio médico y se llevaron a la desdichada mujer que había sido presa de una
especie de ataque y estaba en un estado que daba pena verla. Con ella marchó la
hija mientras el resto intentamos deshilvanar algo de aquella enredada madeja.
El caso es que Javier, ofendido y bastante dolido por la decisión de Matilde,
no había sabido nada más de ella hasta ese momento; alguien le comentó que se
le había visto con uno o con otro, pero tampoco les hizo mucho caso a esas
habladurías. ¿Cabía que ella hubiese decidido marchar a México con otra
persona?, pues sí, cabía. ¿por qué no?... pero Carlos tenía sus dudas y sentía
la impresión que eso del viaje lo había dicho para desviar la atención, ¿de
qué?... pues no lo sabía, pero estaba convencido que Matilde no había salido de
España. ¿Entonces?... El hermano nos informó que su hermana se había marchado
con su propio coche y que pensaba dejarlo en el aeropuerto de Madrid para
recogerlo al regreso. Carlos tomó nota de ello para notificarlo a la policía,
no había que dejar ningún cabo suelto. Y el padre recordó que su hija se había
llevado el ordenador portátil en una mochila a la espalda… y un maletín…
parecía que se iba de trabajo más que de vacaciones… Entonces me entraron las
dudas de que sirviese de algo eso la IP, porque si el ordenador era el mismo…
pero Carlos nos aleccionó de que eso era lo de menos, pues en esa dirección o
numerito o lo que sea, también aparecía la referencia del servidor y éste era
diferente en cada país… Total, que dejé de preocuparme por ello, ¡bastante
tenía ya mi cabeza! Y en estas estábamos cuando llamaron a la puerta y
aparecieron tres inspectores de policía… tres… los dos que estuvieron en el
registro de nuestras oficinas y ¡el falso cura!... Creo que el rubor, más de
rabia que de otra cosa, apareció en mi rostro porque el sujeto en cuestión me
miró y dibujó una sarcástica sonrisa en sus labios…
-
Mi nombre es Julián – comenzó a presentarse mientras los otros dos se dirigían
a la habitación del ordenador con unas bolsas en las manos acompañados por el
hijo de la casa.
-
Vaya, pues yo habría jurado que se llamaba Andrés… - solté sin poder evitarlo y
rápidamente me arrepentí.
-
Antes que nada – continuó el inspector sin hacer caso a mi comentario. – debo
notificarles que todos ustedes ya han sido controlados por nuestros hombres
durante un tiempo.
-
¿Por qué? – preguntó el padre sorprendido.
-
Tranquilo, ya lo iremos aclarando todo, no se preocupe por ello… Y que me viene
muy bien encontrarles aquí para hacerles unas preguntas – abrió una carpeta y
saco unos papeles y una fotografía. – Tú eres Javier Cercas Salcedo, ¿no? –
esperó la afirmación del chico y le puso una fotografía sobre la mesa. - ¿Eras
el novio de Matilde, verdad?... ¿Conoces a estas personas?
Él la miró con detenimiento.
-
Sólo a estas tres y a Matilde– dijo señalándolas. El policía afirmó con la
cabeza.
-
¿Y usted? – preguntó mostrándoselas al padre quien las miró durante un rato y
luego negó.
-
Sólo a mi hija – dijo casi en un susurro.
–
Me lo imaginaba – luego se volvió hacia mí. – Usted, Ana, debe conocer a
alguien…
-
Pues reconozco a mi compañero Vicente, a
don Fulgencio y a su segunda esposa, la fue asesinada…
-
Esa no es la señora que usted dice – me cortó el padre de Matilde, - esa es mi
hija…
-
Pero… - les fui mirando a todos con incredulidad, - esta es la mujer que
apareció en los periódicos – aunque entonces recordé que también se parecía a
la chica de la foto que me mostró Carlos.
-
¿Sí, verdad? – afirmó el inspector. - ¿Usted no conoció a Lucía? – negué. - ¿Ni
a Matilde? – volví a negar.
Sacó otras dos fotos y las colocó
juntas. Me quedé atónita. ¡El parecido era sorprendente! El padre y el ex novio
estaban igual que yo y no daban crédito a lo que sus ojos veían.
-
¿Quiere decir que ella se operó para parecerse a mi hija?
-
Podría ser, no lo tenemos claro si fue por eso… Aunque en persona todavía se
distinguían, sobre todo para quien las conocía bien…
-
¡Todo esto es muy extraño! – exclamé más como un pensamiento en voz alta.
-
La entiendo, Ana, pero espero que todo se aclare en poco tiempo – dijo el
inspector mirándome con un cierto deje de ternura que me resultó un tanto
incómodo. – Otra cosa curiosa es que la fotografía del grupo la hizo Matilde.
-
¿Matilde? – pregunto extrañado el padre. - ¿Qué pintaba mi hija con toda esa
gente? – y el policía se encogió de hombros.
-
Por cierto, Ana, usted ha estado en el entierro, ¿no es así?
-
Sí, sí que he estado.
Entonces me señaló a un joven en la
foto que se me había pasado desapercibido. Un hombre moreno, atractivo, que
permanecía serio contrastando con el resto y que miraba con cierta desconfianza
y algo de prepotencia.
-
¿Y no recuerda haber visto a este personaje? – preguntó con cierta ironía.
-
¡Claro! – exclamé al fijarme mejor. - ¡El hijo de don Fulgencio!
-
Exacto, el hijo de don Fulgencio… Tú sí que lo has reconocido, ¿verdad Javier?
– éste bajó la mirada y afirmó en silencio. – Matilde te dejó por él, ¿no es
así? – el silencio se hizo palpable. Tanto el padre de Matilde como yo clavamos
la mirada en el pobre chaval.
-
Sí.
-
Entonces, ¿por qué me has mentido? – protesté, pero el inspector no dejó que
Javier me respondiera.
-
Eso lo dejaremos para más adelante, en comisaría, ¿vale, chaval? – el otro no
dijo nada, pero yo no salía de mi asombro, ¿de qué iba todo aquello?...
En ese preciso instante aparecieron los
otros dos policías y el hermano de Matilde, éste muy blanco y nervioso.
-
Lo que nos temíamos, inspector – dijo la mujer, - los mensajes han sido
enviados desde España y algunos desde bastante cerca.
Comentarios
Publicar un comentario