JUGUETES: Susurros - 2, por Wendy – Mayo 2013

Las dos primeras semanas de vacaciones resultaron frenéticas. Jamás lo habrían pensado cuando sus padres les comunicaron que cambiaban de domicilio dejando la pequeña ciudad donde habían vivido siempre. Lucía, como de costumbre, con su carácter inconformista y gruñón, se enfadó y protestó porque no quería alejarse de sus amigas…
- ¿Y de algún amigo en especial?... – indagó maría con segundas.
Y recibió un codazo en el costado que fue el inicio de una de las constantes peleas de hermanas “bien avenidas” a las que sus progenitores estaban tan acostumbrados, que ya no les hacían caso. Si alguna salía algo magullada o sangrando por la nariz, cosa que era frecuente, pues se les curaba y en paz…
- ¿Para qué preocuparse si dentro de un rato estarán igual?...
Carlos, el padre de ambas, era un escritor de “fama internacional”, aunque su nombre nunca apareciera en las portadas de los libros que escribía porque, en realidad, escribía para que otros se hicieran famosos o se mantuviesen en la cima sin esfuerzo… era lo que los ingleses denominan ghostwriter, sí, escritor fantasma, y que nosotros llamamos negro, es decir, alguien a quien se contrata para que redacte autobiografías, cuentos, artículos, novelas u otro tipos de obras literarias que luego se venderán en las librerías con el nombre de otra persona… sobre todo de políticos, actores, deportistas, incluso de escritores ya consagrados… Así que, según contaba, algunas de sus novelas habían alcanzado cotas bastante altas de popularidad, pero no podían decir a nadie que eran suyas... ¡Una pena!, ¡con lo que les hubiese gustado a ellas alardear de los éxitos paternos!... Pero, gracias a este trabajo, Carlos siempre estaba en casa cuando Lucía y María llegaban a ella y eso les gustaba porque él entonces lo dejaba todo y merendaban juntos, les echaba una mano con los deberes o simplemente jugaban y reían de sus trampas y artimañas.
Lucía, la mamá, también era muy alegre y simpática, pero mucho más rígida y severa que su marido al que trataba como a una más de las niñas y le reprendía con la misma autoridad que a ellas, lo que resultaba gracioso porque Carlos se limitaba a bajar la cabeza y se escabullía a su despacho sin decir nada y ya no salía de allí hasta que la tormenta había escampado. Ella, la madre, era profesora de Castellano y decía que por eso se había enamorado del padre, porque le había conquistado con sus maravillosos poemas… eso a Lucía, la hija, le resultaba bastante cursi, pero a María le parecía muy romántico y bonito y se lamentaba de que los chicos de ahora no lo supieran hacer. Pero también por ser profesora era la culpable de que se hubieran trasladado a aquel pueblo a vivir, su pueblo, sí, donde había nacido y donde vivían sus dos hermanos, y todo porque apuntó el instituto de allí como un posible destino cuando aprobó las oposiciones, y va y se lo conceden… ¡y es que el destino tiene cada cosa!...
- Y allí, ¿dónde viviremos? – preguntó la enfurruñada Lucía cuando se enteró de la noticia. - ¿Vais a comprar una casa?
- No – dijo la madre, - tenemos la mansión del tío Andrés. Me tocó a mí como herencia.
         El terror se dibujó en los rostros de las niñas porque, sin haberla visto jamás, habían oído hablar de la casa encantada del pueblo donde, según decían, había fantasmas que soltaban suspiros y lamentos por las noches y dónde, según se comentaba entre los familiares, algo turbio y terrible ocurrió hacía muchos años.
- ¡Paparruchas de abuelas! – se burlaba Carlos. Pero luego, cuando tenía la más mínima ocasión, comentaba: - Seguro que rondará por allí el tío Andrés con la cabeza agujereada – y las niñas gritaban aterradas y juraban que ellas jamás irían a vivir a ese tétrico lugar, lo cual se terminaba con una buena reprimenda de Lucía madre hacía el “tonto” de su marido.
         El caso es que la historia del tal tío Andrés era de lo más truculenta. El hombre, hijo único de uno de esos personajes que emigraron a otras tierras en busca de fortuna y que volvieron tocados por ella generosamente, como si fuera tan fácil salir de casa y volver rico, había sido un gran personaje político en la época de la Restauración dentro del partido Conservador, pues para eso era un gran terrateniente por todas las tierras que su padre comprara a su vuelta a España y por los inmensos cañaverales de la lejana Cuba, incluso se comenta que estuvo a punto ser ministro si algún descerebrado no hubiese asesinado a un tal Cánovas, con quien parece que el tío se llevaba bastante bien y que iba a ser nada menos que Presidente del Gobierno español, ¡ahí es nada!, sin embargo todo se vino abajo, pues se muere el Rey Alfonso XII y, como su hijo era todavía muy pequeño, tanto que todavía estaba por nacer,  ascendió al poder la viuda Reina María Cristina,  y allí aparece de nuevo el tío Andrés pululando por la Corte dando consejos y sablazos según conviniera y sin atisbar la que le venía encima, porque al poco tiempo, con la independencia de Cuba perdió todas sus haciendas y factorías de allá y, algunos años más tarde, cuando ya se preparaba para ser un venerable anciano y lo tenía todo arreglado para retirarse a su mansión del pueblo para vivir en paz y tranquilidad los últimos años de su vida, justo el día de la boda del nuevo Rey Alfonso XIII, mientras observaba el paso de la comitiva en la calle Mayor de Madrid, hubo un atentado terrorista contra la carroza real del que los reyes salieron ilesos, pero el tío Andrés fue herido de gravedad en su cabeza por un trozo de metralla, muriendo unos días después… Ahora, que de eso a que vagase por las habitaciones y pasillos de su antigua casona con el cráneo agujereado iba mucho trecho, ¿no?...
         El caso es que, como ya he comentado al principio, las dos primeras semanas de aquellas vacaciones fueron frenéticas porque llegaron al pueblo cargados con todas sus pertenencias y sin ningún lugar estable donde residir, menos mal que en el lugar habían surgido los establecimientos rurales como las setas en el bosque, pero no era lo mismo.
- Esto está bien para unos días – se quejaba la madre, - pero echo de menos mi propia casa.
         Por eso, desde el primer día, decidieron poner todo su empeño en limpiar el caserón y realizar en él todos los arreglos necesarios para hacerlo habitable. Menos mal que los técnicos acudieron con presteza y rápidamente se comenzaron las obras requeridas: la cocina, los aseos, las habitaciones, la instalación eléctrica, las cañerías del agua, el tejado y la pintura… aparte de otros pequeños arreglos, pero en sí, la vieja mansión estaba perfectamente construida y con materiales de calidad, por lo que muchas de sus estancias simplemente requerían un poco de limpieza.
         Desde el principio, tanto Lucía como María temieron encontrarse con los ratones u otros pequeños animales a los cuales tenían verdadero pavor, pero, excluyendo los posibles y efímeros contactos del primer día, no volvieron a encontrar vestigio alguno de ellos. Era como si al entrar la luz solar en la mansión todos sus pequeños habitantes hubiesen huido por ensalmo.
         La casa era maravillosa. Cierto que muchos de sus muebles necesitaban alguna reparación, aunque nada irreparable, o que muchos de sus objetos, sobre todo los libros, cuadros, cortinas y demás, estaban en una situación bastante precaria, pero la casa era como un palacio repleto de cosas, rincones y sueños mágicos, y las niñas, no sólo María, sino también Lucía, a pesar de su eterna tendencia a protestar contra toda incomodidad, estaban encantadas con la perspectiva que se les presentaba. El primer piso, una vez fueron descubriendo habitación por habitación, parecía sacado de un libro de cuentos y no veían el momento de ocupar sus respectivos cuartos. Todo estaba bien y con la excitación del momento se les fueron olvidando las quimeras del primer día, sin embargo…
     
    Era una atardecer tormentoso de los que suelen aparecer en los días calurosos de julio, las dos hermanas estaban aplicadas en la limpieza del desván donde, por su amplitud y luminosidad, habían decidido instalar su estudio, pero el trabajo que tenían por delante, visto la gran cantidad de trastos acumulados, prometía ser muy arduo, sin embargo, a causa de la tormenta, la oscuridad iba ganando terreno y allí todavía no habían instalado la red eléctrica. De vez en cuando todo se iluminaba fugazmente con los relámpagos y los truenos que seguían les ponían de punta el vello de la piel. La lluvia caía con fuerza y entre las viejas tejas todavía sin arreglar se introducía el agua cayendo al interior en numerosas goteras. Las chiquillas decidieron dejar el trabajo para el día siguiente y se aprestaron a marcharse aprovechando la poca luz que entraba por las amplias ventanas de las torres. Ya habían llegado a la puerta cuando María agarró el brazo de su hermana deteniéndola en seco y le susurró al oído:
- No es por nada, pero en aquel rincón hay alguien que nos mira.

         Y en ese momento un destello cegador inundó todo el ático y un fuerte estampido sonó como si el mundo se hubiera partido…

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