EL ARPA DORMIDA: En el zaguán espera la noche, por Ancrugon




Llegó un momento en el que comencé a preguntarme por el sentido de mantener una relación que sólo me producía desasosiego e insatisfacción, que parecía existir como tal sólo en mi imaginación o en mi incapacidad para ver la realidad, que me costaba sacrificios y aflicciones, que me hacía descubrir el verdadero rostro de la soledad y vestía mi ánimo con los duros ropajes de la frustración… y no hallaba respuestas… ¿No era una estupidez invertir mis tesoros más preciados en un negocio tan ruinoso y abocado a la quiebra?... Sin embargo, sólo yo no parecía darme cuenta… Y entonces, tras una pequeña separación estival, las cuestiones obtuvieron resultados en forma de dispersas revelaciones y de ir encajando piezas olvidadas del puzle de la memoria y sobrevino el


 

Descubrimiento





Al abrir la puerta, nubes de silencio;
al abrir la puerta, el cristal con el hálito de piedra
se empaña;
bajo el árbol centenario,
donde la vida duerme,
el ruiseñor su muda canción olvida;
el frío, única verdad,
verdad infinita que a todo abarca,
cubre de sábanas sucias el suave torso
desnudo de la tierra amada.

Supe de ti y supe del tiempo.

Donde todo comienza hay de fragante esperanza
                              una línea invisible y, en las piedras
del camino, a cincel de hierro y plata,
los nombres de los ratos perdidos
en su caminar se graban.

La verdad...
                   La verdad...

Las respuestas siempre
notas son de un pentagrama
suspendido que el rojo viento
barre del atardecer, hojas secas
de un otoño en el jardín del ocaso.

La verdad sabe a nada.

Al cerrar la puerta, opacos latidos
en mis sienes se desgranan,
como oraciones cobardes.

Al cerrar la puerta, la mano en el muro deja su huella
hacia el infinito evaporada.
En el sudor de la tarde escribo,
con veladas transparencias, el nombre
bendito de tu maldita presencia.

El cachazudo paso de la derrota
distrae mi mirada.
                             ¿Qué ligazón
existe entre esta inmaculada espera

y la última luz que a todo abarca? 

Alguien dijo que la eterna vida
guarda nuestras horas en su faltriquera,
en las mías solo tendrá tu nombre y tu ausencia,
¿qué más puede esperar la vieja
alcahueta que nos da y nos quita la palabra?

Pero volvamos atrás,
al principio, al génesis,
a la calma,
es todo lo que recuerdo cuando pienso
en tu mirada observadora de silencios,
coleccionista de mil alas
que en cielos inacabados
de papel busca los pensamientos
del alma.

En el zaguán espera la noche
y, de un ayer inexplorado,
con ella los fantasmas.

El manto enmudece del olvido,
con su halo de oscuridad,
el luminoso parloteo y el rumor
del río se hace eco
de los sueños perdidos.

Siempre te busque pues nunca te tuve
ya que tú partías en cada instante,
sobre el pétalo sutil de un sentimiento,
tras el mito que en cada corazón nace.

Glauca percepción en el mar
de la nada.

La verdad...
                   ¡Ay, la verdad!...

Seis letras que no hablan.


Y tuve prisa por romper con la tiranía de un sentimiento no correspondido, pero que me había ligado durante años y años a un ser lejano, no en la distancia, aunque sí en la voluntad. Tuve prisa en abrir puertas y ventanas para que penetrara el aire fresco de la calle en mi habitación viciada y llena de oscuridad. Tuve prisa para decir adiós y volver la mirada hacia otros horizontes desconocidos… Pero me olvidaba que el tiempo crea el hábito, que el roce te da el olor, el sabor y el gusto, y que cuando has estado tanto tiempo trabajando la roca, al final sólo hay en ella tus huellas y su polvo te cubre cada uno de los poros de tu piel… Y entonces me di cuenta de algo cruel, pues vi, por vez primera, mi triste


Realidad




¿Qué inédito prólogo transpira por los poros
de mis dedos de piedra?

De piedra, sí,
                    de tanto palpar tu ausencia.

¿Cómo seguir el sendero
donde crecen las palabras en carnaval
de blanco y negro?

El color marchó al apagarse
                                         tu última estrella.

Ya ves, sólo dejaste recuerdos,
como si la vida se fabricase
a base muros
de rancia historia,
                          de rancia historia...

¿Cómo mirar sin miedo a los ojos
suplicantes que a través
del espejo imploran alguna esperanza?

¡Oh, lobo!,
                 me digo,
                               ¡traidor
carnicero que amaste sin compasión
hasta sacrificar tu tiempo!

¿Habrá perdón para el pecado
                                              de la soledad?



Entonces vi como se marchaba de mi vida aquella persona que lo había sido todo y me arrepentí, pero no dije nada… ya no era momento de volver atrás…


Despedida




Y en tu maleta el libro pusiste,
tantas veces leído, junto con la estrenada agenda
de nombres incógnitos en otro tiempo.

Vi entonces la puerta y el camino,
mientras un frío invernal,
en pleno agosto,
helaba las últimas sonrisas
dejándolas sobre el limo
como mariposas de alas rotas.

Cadenas de inquietud se adueñaron
de la libertad de las palabras
y el silencio, poderoso señor de los momentos cruciales,
agrandó el abismo entre las tibiezas
de nuestros cuerpos.

Ni un adiós voló de mis labios
que tanto ansiaban morir en el pasado.

Tan sólo mis ojos hablaban con metáforas de oscuridad,
pero te negaste a leer mi poema
y el viento arrastró por el polvo
el tiempo transcurrido.

Tras tus pasos corrió mi ego,
hecho mascota
de un pretérito indefinido.



Cuando volví la mirada sobre mí mismo descubrí que la soledad tenía mi propio rostro y tuve miedo. Las sombras de los recuerdos eran alargadas y me acechaban detrás de cada objeto, de cada canción, incluso de casa poema… “¿Por qué?” – me preguntaba. ¡Qué interrogación más despreciable cuando te la haces en el silencio de la noche!... “¿No existía el remedio del perdón?”… Pero a veces el perdón no es el remedio, sino la pócima que te hechiza para convertirte de por vida en una lacónica estatua de sal. Pero fueron aquellos días duros y eternos de tanto luchar con mi conciencia y llenarme la cabeza de


Reproches




En la infamia de las cosas falsamente comprendidas
hay respuestas que maduran
bajo el sol de la razón.

¿Quién hay en verdad que este camino halle accesible?

¿Dónde encontrar que hablar pueda
de dignidad sin sospecha?

¡Cuánta petulancia en la acusación y en el argumento
cuando la verdad es que el nudo nos ahoga
y la súplica nos pide paso!

Y lo dices, a tu pesar,
para arrepentirte en un futuro inmediato,
pero ya infinitamente tardío,
y así defenderás con amargura la causa
que devora tus entrañas.

¡Cuánto más quisieras que tu grito le hiciera volver
la mirada para iluminar con su sonrisa!

¡Cuánto más desearías aparcar
las acusaciones e implorar un regreso!

Pero el silencio se hace dueño,
dueño, sí,
                de las palabras.



No quería dormir por no soñarla con otro, por no verla reír lejos de mi presencia, por no descubrir la felicidad en sus verdes ojos que ya no brillarían para mí. Quise volver a fumar, pero rápidamente rechace la idea al descubrir que el humo modelaba su silueta, tampoco el alcohol me aclaraba las ideas con la nebulosa de la sinceridad, ni otras bocas me hacían olvidar sus besos lejanos y tantas veces ausentes, porque ella había sido algo más grande que una realidad: ella fue mi gran fantasía…



Insomnios

Uno


Cada noche la imagino
al recibir del deseo el quedo aliento,
labios hendidos...
                           párpados muertos...
en un puro descubrirse en su propio cuerpo;

al apreciar la exigencia de una espuma
recubriendo su tronco en búsqueda desesperada
del camino perdido,
de la palabra callada;

la imagino
al sentir el prurito de un rostro masculino
frotando su soledad contra sus mejillas;

sí, cada infinita noche, 
en su blanda renuncia con indomable sacudida
del vientre estremecido por el impulso impropio
de otro cuerpo cotidiano;

la imagino,
añorando ya el tacto sosegado
de unas manos exploradoras en sus senos
de la suavidad de los días olvidados,
erizándose de furtiva complacencia macerada
bajo las sábanas del olvido;

la imagino cada noche rebullendo la ternura
compensada al calor de otros brazos,
mientras mis dedos buscan
el tacto huidizo
                        de su rincón vacío.


Dos



En la confluencia de su cuello
dejé por olvido mi última mirada
y en la concavidad del hueso aéreo
mi labios rindieron sus postreros temblores.
                                                           ¡Hace ya tanto!...

Al abrigo de la penumbra,
descubrí incógnitas regiones en el atlas de su piel,
¡oh nación inmensa donde toda mi fe
rinde pleitesía!
                     Eso fue antes...

Y al fundirme en su universo,
la tarde descendía en rojo letargo,
por su cálido y húmedo recibimiento
brotaban lágrimas de adoración.

Ya no soy el sembrador de sus sueños de futuro,
                                                   ¡y hace tanto daño!

Al ritmo del reloj una opaca luz la mañana anuncia,
reverberación de antaño cuando,
perdido en el prado de su vientre,
mi aliento entonaba letanías.

Fiebre del tiempo y la ausencia:
ella fue mi única geografía.


Tres



Falto estoy,
más que del aire que habita sin permiso
los intrincados laberintos que a mi ser cobijan,
más que del agua,
o cualquier alimento,
que nutre sin consuelo los átomos
ignorantes de mayores universos,
más que de la luz
que descubre los ámbitos inexorables
donde mi soledad se extiende,
falto estoy
de que vele mi sueño
y, sobre mi pecho,
con su zureo repetido,
extinga mi eterna desazón.

Fue mi bálsamo y mi oráculo,
el remedio infalible contra mis oscuros presagios,
la fe en lo casto y la gloria en lo impuro,
el jardín en primavera y el hogar en invierno...

Falto estoy,
pues su norte era mi norte
y mi camino su camino.


Y entonces su imagen creció como nunca antes lo había hecho. Hasta sus más insoportables defectos se transformaron tras inexplicable metamorfosis en bellas mariposas de virtud innegable… ¡Cuán absurda puede llegar a ser la desesperación!... Y llegué a convertirme en un odioso espía de sus movimientos, de sus jadeos, de sus mínimas emanaciones… cayendo en el abismo de fracaso, naufragando en charcos de lodo que  yo mismo fabricaba y empleando mi tiempo, como jamás antes lo había hecho, en vivir por ella…


Esas tardes

Una




Empeño puse en ser sabueso,
olfateando de tus pasos el aire
en busca de indicios,
escuchando al viento portador
de palabras,
agotando mi tiempo ya de por sí perdido.

Inventé en mí, cual disfraz en mascarada,
las virtudes pretendidas
y rodee mi sombra, como coral sustraído,
de afectos afectados.

Quise ser camaleón inverso
de notoria presencia,
pero siempre he sido volcán
con la cima nevada
y el tiempo errante.

Mi afán puse en cazar el destino
de tus haces de luz,
la fuente de tus sonrisas,
el móvil de tus ausencias,
la hora de tus llegadas.

Viví por ti,
               pero no contigo.

Cree en mí aureola frágil y aprendida
y cubrí de sedas las llagas del tiempo,
resumí compendios de amor y conducta
y endurecí los músculos del sentimiento herido,
pero la verdad,
                      lo olvidé,
                                    siempre es la misma.

Te negué mil veces y exilié tu recuerdo,
declaré la guerra aun sabiéndola perdida
y la vida me castigó
                            a soñar siempre contigo.


Esas tardes

Otra




Un rayo de sol travieso,
                                     ufano,
                                               valiente,
en los muebles veredas inventa,
alcorces en las guaridas,
atajos
entre los eclipses de mi habitación,
y los libros
de una alegría inesperada se revisten
que mis manos no supieron darles.

¿Quién me iba a decir que el futuro consistiría
en buscarte entre los párrafos
de una novela repetida?

Las páginas caen como las horas en otoño
y las sombras se alargan con inaudita elasticidad:
en la pared reviven
su existencia incorpórea
                                    día tras día.

Al mirar la puerta busco
tu silueta recortada sobre el horizonte del adiós,
pero la historia no se repite
y nada vuelve a ser lo que fue,
nada.

Escribo líneas y líneas
creando una red de caminos
que no escapan de mis límites:
una y otra vez me repito,
pues desde que vi tu imagen
perderse en la bruma del pasado,
no tengo más mundo que éste en el que vivo.

Las palabras van cayendo como granizo de verano:
todo fruto se corrompe  tras su beso frío y duro,
y el reloj va marcando
los latidos de una tormenta que se alimenta
a sí misma en el océano del desconsuelo.

¡No, no me resigno!,
pero la luz lentamente se apaga
en un cielo noche a noche repetido.


¡Y qué triste es darse cuenta de que todas tus ilusiones, todas tus esperanzas, todos tus proyectos, todo tú, todo… existía en función de aquel amor que un día creíste tener!...


Tu nombre




Al caminar,
descubro con asombro,
que no hay más nombre que tu nombre.

Cada montaña, cada río, cada flor, cada ave...
tu nombre repite y tu nombre ostenta.

El viento sobre sí lo carga,
como el camello que en el desierto transporta
el próximo espejismo de oasis inventado.

¿Dónde estás?, pregunto,
y en todas partes aparece el eco de tu voz,
el ritmo de tu risa,
la cadencia de tus silencios,
y tu nombre,
como nube protectora,
cubre de materia el infinito.

¿A dónde vas?, me preguntan,
y yo tu nombre respondo,
pues sólo tú eres mi destino.


Pero el tiempo tiene la virtud de ir cerrando heridas, sobre todo cuando te das cuenta de que no es posible volver atrás y que, a pesar de tu resistencia obstinada en echar anclas en el pasado, el buque de tu existencia es arrastrado por las corrientes del futuro y, poco a poco, navegas hacia otras islas donde posiblemente encuentres ríos de agua cristalina y fresca con la que calmar tu sed y árboles de sombras acogedoras donde descansar y disfrutar de nuevo con amaneceres y ocasos…


Ya es tarde




Ya es tarde,
                   me digo,
                                 ya es tarde,
pues vi ayer tus ojos buscando otra mirada
entre el mar de miradas
donde naufragó mi anhelo.

Ya es tarde,
                     sí,
                           muy tarde,
pues en el reflejo del espejo adiviné
la sonrisa amarga de la derrota
y la mueca firme de la resignación.

Ya es tarde...
                     ya es tarde...

Aunque viva mi tiempo descontando
los pasos del reloj,
pues tus dedos se entrelazan con otros dedos
de huellas ya imborrables
que se han marcado sobre mi propia identidad.

Y el recuerdo de mi presencia es vago,
lo sé,
pues lo veo perderse con el humo del cigarro
que se consume con su propia pasión.

Ya es tarde,
                     sí,
                           muy tarde...


Ese es el momento en que de nuevo se brota a la vida como el frágil tallo de una nueva flor que resiste los fuertes vientos contrarios que amenazan con quebrarle, pero que, sin embargo ese mismo sufrimiento la fortalece y endurece hasta que una mañana recibe la cálida caricia del sol olvidado…


Los vientos

Añoranza




En el arrabal de mi certidumbre habita tu tenue recuerdo,
vecino solidario de mi soledad,
a veces sus miradas se encuentran
en el jardín de clausura
donde sus pasos perdidos van buscando palabras
como gotas de rocío sobre las espinas de un rosal.

El límite de mi sueño es la nada inabarcable,
en él tu presencia se adivina
sin poder definirte mi percepción.

Sobre la blanca mejilla marmórea se redime
el miedo en fuente de huidizas y refulgentes lágrimas,
mientras mis manos peregrinan por caminos de abstinencia
en busca de perfección.


Los vientos

Desamor




¡Cómo me hieren las palabras!...
picos corvos de una realidad alada
que se encarnizan, se manchan,
se hunden bajo el reseco forro
de un cadavérico sentimiento.

¡Cómo me hieren los silencios!...
buques de ilusión sobre aguas claras
a la deriva por rutas de olvido.

Nada es lo mismo en otros labios
                                                     para ti,
la misma rosa,
la misma perla,
no tienen igual belleza
según el pecho en que se hallen prendidas,
y mis roces dejaron de ser caricias
para la compasión de tu piel.

¿Qué ha pasado?...
                             La distancia,
estrecho espacio donde tu aliento y mi aliento,
tu calor y mi calor hacían puente,
se ha convertido en universo y tus ojos
estrellas son a años luz
y ya no dan vida.

¿Habrá algún lugar en el espíritu
de un dios benévolo donde los fuegos
del corazón apagados se mantengan
aún como brasas candentes?

Pero las palabras antiguas de mi pueblo
van dejándose llevar como gotas en un río
sin oponer resistencia,
y los juramentos eternos pierden todo su sentido.

“Siempre te amaré”, dijiste,
pero al recordarlo sólo escucho el crujir de las hojas
secas bajo mis pies sonámbulos.



Los vientos

Soledad




Y aquí estoy,
no sé bien por qué,
escribiendo sobre estos folios
en otra hora inmaculados
lamentos del interior,
voces de la distancia...
y dibujando,
con gráficos aéreos y pulcros,
la silueta de un destino
hecho realidad en el aire:
es la historia de la nada,
de mi vacío,
de mi patria.

Ya no estás,
y eso hace que nazca un poema
que nunca vas a leer
y que no recordarás en los momentos de tristeza:
otras palabras serán ahora las dueñas de tus sentidos,
otras manos descubrirán tu geografía...
otros versos desgranarán sus pétalos,
todavía frescos,
sobre libros todavía inéditos
de aventuras que tú querrás vivir.

La voz de mi orgullo me niega derrotas
y mi osada esperanza sueña reencuentros,
y es que nunca leí los últimos capítulos
de ninguna historia.

El espejo de la vida es el agua de un río,
y ahora sé que un “no” no es un “sí”,
que “adiós” no significa “hasta luego”,
que un punto es el fin...

Y aquí estoy,
no sé bien por qué,
dejando pasar el tiempo
como el que tira algo sin importancia,
pero este es un camino que ya no se recupera,
ni por muchos papeles manchados,
ni por muchas palabras calladas,
y al norte de todo está tu nombre
y al sur brilla tu ausencia.


Los vientos

Indolencia




“¡Sigue!”, me digo,
“sé como el átomo de aire
que vuela veloz entre las ramas desnudas,
como el fotón de luz que traspasa
cristales de indiferencia,
sé como el tiempo,
implacable contigo mismo,
¡sigue!”, me grito,
                            ¡sigue!...

Pero esclavo de una quietud sin límites,
de un silencio atronador,
día a día voy perdiendo los caminos
en la estación de mi vida.

¡Sigue, sigue, sigue!

Sólo el húmedo surco de la impotencia
recorre las colinas de mi rostro:
“No sé la forma, no la conozco”.

Y mis pies permanecen anclados
en el puerto de la derrota.

¿Tanto puede una ausencia?...

Aletargado sobre el mullido lecho,
observo,
en el blanco cielo de mi diminuto universo,
las manchas ocre de la humedad y el tiempo,
allí radica toda mi fantasía.

El frío me acoge y en él dormito,
desnudo e indefenso,
soñando inviernos y olvidando primaveras.

La música se demora hasta una languidez tangible,
mientras huye la tarde:
nada puede devolverla.

Tras los visillos me observa la vida.

“Sigue”,
                 susurra,
                              “Sigueeee...”

Y yo, dormido, la espanto con mi mano
como a una vulgar mosca.


Los vientos

Resignación




Caen las hojas del calendario
como agua de temporal,
para alfombrar, con su ajada inexistencia,
los senderos de la tarde,
donde, con pasos repetidos
y siempre nuevos,
buscándose van, ávidos de sentimientos,
los destinos inacabados.

Tarde de cielos en palidez evolutiva
donde un sol, mago o charlatán,
rey Midas sobre montañas azules,
de nada quiere hacer oro
y todo vuelve sangre.

Tarde de juegos sobre nubes de alcanfor,
de risas como trinos sobre ramas vestidas,
de roces calculados y besos furtivos,
de perderse entre laberintos
y encontrarse en los desiertos,
de juventud pretérita
y futura añoranza.

Caen las hojas de los días
con un tenue planeo
y un suave aterrizaje,
sin ruido ni lamentos,
sin reproches...
ni tan siquiera despedidas,
igual que tus leves y firmes pasos
cuando descubriste qué existía
tras la línea del horizonte.

Aquella tarde cuando se vistieron de amarillo
los folios de mis palabras
y la luz quemó los poemas
en el fuego del olvido.

Pero hoy el viento repite canciones,
recuerda promesas
y borra las huellas,
con su polvo tenaz e impávido,
para dejar limpio y claro
la verdad de mi paisaje:
y es que el río nunca es el mismo.

Amo este cielo,
esta tierra,
esta agua,
porque tú los miras
cuando yo los miro.

Y con cada hoja
se me escapa el aire,
y se va huyendo el tiempo
y entre tú y yo
va naciendo un mundo.


Y un día, sin saber cómo ni por qué, encuentras tu imagen en el espejo y te reconoces, abres tus manos y te asombras de nuevo con el tacto, respiras y percibes los aromas del viento… y entonces sabes que el milagro se ha repetido y el corazón sigue latiendo sin dolor alguno y puedes perderte en otros ojos como hiciste alguna vez, o despertar junto a otro cuerpo dormido escuchando su pausado hálito de vida y en ese momento, en ese preciso instante, te das cuenta de que en la vida sólo hay una cosa definitiva: su final.

 

Tu recuerdo ya no duele




De memorias las paredes de mi vida
forradas exhiben relegada lozanía
y por las calles de mi tiempo pasean,
de la mano en mutua compaña,
los roces que en remotas ocasiones
marcaron mi piel de resignado esclavo:
yo poseído por las tibiezas
de los amaneceres en tu ojos.

Entre las sábanas aún perdura el aroma
de los jardines umbríos
donde mis huellas hicieron veredas
que, a pesar del tiempo,
nadie borrará de la piel de tus presencias,
pero ya nada evoca las batallas perdidas.

Y con un eterno remilgo alargo,
como en un cuerpo elástico y maleable,
el eterno segundo del comienzo
y la interminable hora del final.

A cada paso todo te evocaba
y en cada rostro imaginé
los detalles tan vagos e imprecisos
del perfil siempre soñado
y nunca aprendido,
y en las palabras creía percibir tus cadencias,
pero ya el eco sólo silencios repite
y, poco a poco, tu voz se me hace imprecisa
y aquel aroma, heraldo de tu llegada,
ya no se distingue entre el perfume de otras rosas.

Las noches dejaron su eternidad
y volvieron los sueños del confín indefinido
donde habitan y toman cuerpo,
mostrando con magnánima diligencia
el sinfín de puertas para un solo camino.

No, no te olvidé,
pero tu recuerdo hoy no me duele:
primer escalón hacia el olvido.

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