ESCRITOS DE MI MEMORIA: Tragedias de niños / El árbol, por Carmen Tomás Asensio
TRAGEDIAS
DE NIÑOS
Había pasado mucho tiempo del final de la
Guerra Civil Española.
Mucho tiempo.
Esta historia, verídica, ocurrió en el año
cincuenta y tantos.
Los niños entonces, casi todos los niños,
tenían pocos juguetes y agudizaban su imaginación para construírselos. Se
hacían cochecitos con cajas vacías, que rodaban sobre carretes de hilo. Pelotas
de papel o trapos. Muñecos rellenos de serrín o paja o cualquier componente así
de natural.
Todo servía para jugar y divertirse.
Se fabricaban zancos con botes vacíos, de
tomate o legumbres. Les hacían un par de agujeros en los lados de la base y les
metían unas cuerdas anudadas. Estas cuerdas eran lo suficientemente largas como
para sostenerlas con las manos.
Caminaban así, sobre los botes, dirigiendo
el caminar con las cuerdas, con las manos. Era una pura y económica diversión.
María tenía 10 años y dos hermanos, niño y
niña, menores que ella.
A María le gustaba coser vestiditos a sus
muñecas y se sentaba a la puerta de su casa para hacerlo. Una casa en el campo,
rodeada de árboles frutales, de montañas verdes, de arroyos de aguas claras.
Sus hermanos pequeños corrían y jugaban
por los campos cercanos, donde trabajaban los padres y los vigilaban en la
lejanía. Todo estaba en paz, en un hermoso día de primavera.
- Hemos encontrado un bote muy majo – dijo
el hermano menor a María.
Ella ni lo miró.
Los pequeños se acercaron a la puerta
y, con un clavo grueso que tomaron de la cocina, intentaron agujerear el bote
para meterle las cuerdas. Golpearon con piedras y no lo consiguieron. Estaba
muy duro. Reían y se esforzaban.
María no les hacía caso, aunque
recuerda que les dijo:
- Dejadlo ya. Padre hará los agujeros.
Y nada más.
Un estruendo terrible, que derribó
parte de la casa.
Después, un silencio envuelto en humo.
María notó un sabor agrio en la boca y
miró a su alrededor espantada.
Sus hermanos no estaban. Sus piernas
tampoco.
Ella contaba que, de momento, no sintió
dolor. Sólo un miedo, una incredulidad, una agonía, que le quitó la conciencia
y la sumió en la nada.
De sus hermanos, un pequeño trozo de
bracito del más pequeño. Eso fue lo que le recordó que los niños “estuvieron
allí”.
Todo lo demás era irreconocible.
María, después de cincuenta años, aún
tiene secuelas. Unas piernas deformes e inútiles, donde parece que le hayan
arrancado la carne a mordisco.
Aún no duerme bien. Aún necesita apoyo
psicológico a menudo y, sin embargo, cuenta la historia como si le hubiese
sucedido a otras personas. Con naturalidad.
Como si con eso desahogara algo que
necesita sacar fuera. Contarlo para saber que realmente pasó y que le pasó a
ella.
Le habían aconsejado que pidiese una
pensión, que le reconociesen una invalidez… Siempre se negó.
Nunca haría pasar a sus padres por la
angustia de los interrogatorios. Ellos no quieren recordar. Ahora, además, ya
son muy ancianos.
- Yo estoy cansada – dice María. – Tengo
hijos. Mi marido me quiere como soy y como estoy.
- No quiero nada. No me hace falta para
comer.
- Fue un accidente, una bomba que no explotó
en su día y quedó enterrada.
- Los niños la encontraron.
- Fue un accidente.
EL
ÁRBOL
Donde
tú me dejaste estoy,
las
heridas del corazón abiertas.
El
tiempo no las cura,
tan
sólo te acostumbras a la ausencia,
y
empiezas a vivir, de otra manera.
Valoras
todo lo que perdiste.
Necesitas
cariño y solicitas
el
apoyo que puedan dedicarte.
Pero
sabes que todo es más difícil.
Que
los caminos se acercan y separan.
Cada
cual sigue el suyo
y
no coinciden con los que imaginaste.
Mi
vida ya está rota,
es
difícil buscar en qué apoyarse.
¿Qué
tengo, cuando ya no estás conmigo?
Estás
en el calor de cada objeto.
Estás
junto a mi piel, como un abrazo.
Como
un color, yo noto tu presencia
en
los lugares donde escuché tus pasos.
Nuestras
vidas estuvieron llenas
de
ilusiones, de logros y trabajos.
Fruto fueron los
hijos.
Caminos paralelos que se acercan
o se separan, pero no se pierden.
No puedo recordar problemas fuertes.
Seguro que los hubo, pero siempre,
un último perdón, con un abrazo.
Allí donde tú estás y nos proteges,
el lugar de silencio donde esperas,
está el banco, donde descansabas,
donde leías, mientras escuchabas
tu música favorita, que llegaba
desde los ventanales del salón.
Tu lugar elegido y disfrutado,
que pensamos que era el preferido,
para estar cerca de todos
los que te queríamos.
Y así fue.
Cuando tu vida se terminó,
las raíces del árbol viejo,
y tan hermoso,
acogieron las cenizas
que sólo representaban
el espíritu que nos
mantiene
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