ESPEJOS A RAS DEL SUELO: Conjunción copulativa, por María Elena Picó Cruzans
Hace un tiempo leí
que “el miedo y el aprendizaje van de la mano” en un libro de Marianne
Franke-Gricksch, Eres uno de nosotros.
Después de ver a
mi sobrina lanzándose a sus primeros pasos caminando sobre piedras con los pies
descalzos y de recoger a uno de mis sobrinos del suelo tras un aterrizaje desde
el sofá, sigo sin dudar de ello, pero me planteo la posibilidad de que vayan asidos
por manos diferentes. Lo que sí sé es
que los adultos solemos empeñarnos en
excluir u omitir alguno de ellos. El niño sella con conjunciones copulativas lo
que el adulto intentará separar con disyuntivas o adversativas, no sé si por el
paso del tiempo o por miedo a descubrir que no le ha permitido al niño que pase
el tiempo.
Julieta: ¡Te asesinarán si te encuentran!
Romeo: ¡Ay! ¡Más peligro hallo en tus ojos que en
veinte espadas de ellos! Mírame tan sólo con agrado, y quedo a prueba contra su
enemistad.
Romeo y Julieta, Acto II, W.
Shakespeare
Quizá no lo
hayamos observado con la suficiente atención o quizá es parte de su esencia que
pase desapercibido a la cotidiana mirada, pero la conjunción copulativa
impregna la vida y la literatura, y no siempre por ese orden.
Hace ya tiempo que
estoy atenta a las conjunciones copulativas que emergen en mi vida como
piedras. Digo como piedras porque cada una de ellas tiene forma y consistencia
muy diversas, y porque, como ellas, pueden ser mecidas o arrastradas por los
mares y por los vientos, nunca ajenas al paso del tiempo.
Un día o un
instante puedes darte cuenta de que tu casa es también un lugar desapacible y
angustioso, y de que el campo encierra también ofuscación y acritud.
Caín dijo a su hermano Abel: “Vámonos al campo”.
Cuando se encontraron en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y le mató. El
Señor preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano?, y él respondió: “No lo sé. ¿Es
que acaso soy yo el guardián de mi hermano?”.
La Biblia, Caín y
Abel, Génesis 4, 8-9
Pili.-
Cállate ya y dime una cosa. ¿Vosotros cuándo os vais a
casar?
Maribel.-
Él quiere cuanto antes. Los papeles ya están casi arreglados.
Pero nos vamos a casar en el pueblo donde tiene la fábrica.
Pili.-
¡Ah, vaya!
Maribel.-
Y lo hemos retrasado un poco hasta que la madre se
ponga buena.
Pili.-
¡Claro! ¡Ya está!
Niní.-
¿El qué ya está?
Pili.-
Que si no llaman a un médico, como sería lo natural,
es porque la madre no está mala, sino que lo finge.
Maribel.-
¿A santo de qué?
Pili.-
Para retrasar la boda.
Maribel.-
¿Y qué sacan con eso?
Pili.-
¿Cómo que qué sacan? Pues que a lo mejor te dice que
le acompañes a la fábrica antes de casarte, para ver la casa o para cualquier
cosa… Y entonces, allí solos, pues va y…
Maribel.-
¿Pues va y qué?
Pili.-
Pues va y te mata.
Maribel.-
¿Pero por qué me ha de matar? ¡Mira que es manía!
Niní.-
Es verdad, hija. Tú te has empeñado en que se la
carguen.
Pili.-
Porque los hombres matan ahora mucho, porque están muy
sádicos…
Maribel.-
¿Pero no comprendes que si me quisiera haber matado no
hubiera tenido necesidad de tanta historia? Porque a cualquiera de nosotras nos
invita un señor a pasar dos días en el campo, y vamos tan contentas, sin que
nos hablen de matrimonio ni nos inviten a chocolatinas en casa de su madre.
Miguel Mihura, Maribel y la
extraña familia
La invitación de
la conjunción copulativa a sumar, a integrar, a completar la encontramos a cada
vuelta de esquina. A veces la vemos y a veces la tomamos.
Lo femenino y lo
masculino: el proceso y el logro.
“Dentro de cada hombre hay una mujer, y dentro de cada
mujer un hombre; y esta verdad básica no es solamente biológica –puesto que
todos contenemos dentro de nuestro propio cuerpo, en forma recesiva, los
vestigios hereditarios del sexo opuesto -, sino también psicológica. Jung ha
denominado “animus” y “anima” a estas imágenes transexuales inconscientes. (…)
Pero vivir y expresar la dualidad sexual de manera creativa y constructiva, sin
ejercer violencia ni sobre la propia herencia psicológica ni sobre el propio
inconsciente, es cosa que exige un esfuerzo considerable.”
Liz Greene,
Relaciones humanas. Un enfoque psicológico de la astrología
Con la lectura de
este libro de Liz Greene he disfrutado de reflexiones lúcidas que presentan el
otro rostro de las visiones trilladas y acotadas sobre masculinidad y feminidad. Sobre todo en el capítulo V que
titula “La pareja interior”. El
hombre vive libremente su masculinidad cuando logra “copular” su aspecto
femenino, sin proyectarlo en la idealización o la maldad de una mujer y sin
atemorizarse ante él; la mujer vive libremente su feminidad cuando logra
“copular” su aspecto masculino sin demonizar y denostar a un hombre, y sin
avergonzarse ante él.
Son muchas las
citas que me gustaría transcribir. Selecciono algunas que han despertado en mí
una sonrisa o un leve suspiro y que me devuelven una mirada copulativa.
“Continuamente el ‘anima’ seduce al hombre,
arrastrándolo al mundo oscuro del sentimiento y de la maraña emocional, que
para su psicología natural es tan incómodo como la inmersión subacuática para
un gato; y la mujer se ve continuamente atraída por el ‘animus’ al aislamiento,
la independencia y la realización de sí misma, que son la antítesis de su
propensión instintiva a vivir la vida por mediación de relaciones personales y de la identificación inconsciente con otras
personas. Bien podemos, en ocasiones, sentir que con gusto cubriríamos de
maldiciones a nuestros insidiosos guías (así es como anteriormente se ha
referido a ‘animus’ y anima), quienes en vez de aportarnos la felicidad nos
llevan, más bien, al borde del precipicio, y con frecuencia nos arrojan a él de
cabeza; y sin embargo, sin ellos no habría crecimiento, ni gozo, ni
comprensión, ni nada que autorizase a hablar de vida”.
(…)
“Ahora bien, sea cual fuere la imagen, un hombre jamás
la encontrará ‘in toto’ fuera de sí mismo, porque ninguna mujer viviente puede
dar cuerpo al mitológico espectro de opuestos contenidos en el ‘anima’. En un
momento u otro, la mujer de carne y hueso no podrá menos que coger un refriado,
olvidar alguna prenda sucia en el baño o dejarse sorprender en un momento de
malhumor, con la crema nutritiva en la cara o los rulos puestos”.
(…)
“Si un hombre es incapaz de reconocer entre su mujer y
su ‘anima’, y de rendir a cada una el honor debido, vivirá siempre esperando
que la mujer esté a la altura de la imagen interior… cosa en la que ella,
inevitablemente, ha de decepcionarlo”.
(…)
“Si no existe una cooperación a nivel de la conciencia
con el hombre inconsciente que es parte de su propia psique, la mujer esperará
que su compañero viva en su nombre las potencialidades que ella misma contiene,
y se le hará intolerable el menor fallo de él. Evidentemente, no hay hombre
capaz de ser perpetuamente estable, valiente, decidido y lógico, de triunfar
siempre y de tener respuesta para todas las incertidumbres de la vida. En
alguna ocasión contará un chiste malo, dejará de ver que hay algo que no sabe,
cometerá un error en sus negocios, expresará dolor, miedo o indecisión, o
mostrará otra cualidad fastidiosamente humana que desvirtúe la perfecta imagen
del ‘animus’ que su compañera ha depositado en él”.
Liz Greene,
Relaciones humanas
“Abrió la Bestia los ojos y dijo a la Bella:
-Olvidaste tu promesa, y el dolor de haberte perdido
me llevó a dejarme morir de hambre. Pero ahora moriré contento, pues tuve la
dicha de verte una vez más.
-No, mi Bestia querida, no vas a morirte –le dijo la
Bella-, sino que vivirás para ser mi esposo. Desde este momento te prometo mi
mano, y juro que no perteneceré a nadie sino a ti. ¡Ah, yo creía que sólo te
tenía amistad, pero el dolor que he sentido me ha hecho ver que no podría vivir
sin verte!
La Bella y la Bestia, Cuento
popular
Ausencia y
existencia: sístole y diástole.
Los movimientos
conjuntivos que impregnan nuestras vivencias tenemos la suerte de poderlos
ensayar cada día en los procesos organísmicos.
En varios ámbitos
del funcionamiento del organismo podemos vislumbrar el fluir cíclico de la
sístole y la diástole, aunque sea el corazón el que tome el protagonismo.
Norberto Levy en
su libro “El asistente interior” nos
invita a imaginar un corazón que latiera una vez cada cien años, cuya sístole y
diástole durara cincuenta años cada una. Si a los 20 años preguntáramos diría: “Yo
soy sístole. Ésa es mi condición fundamental. Yo me contraigo, hago fuerza,
emito hacia adelante y produzco el avance de sangre”. Y si 40 años después volviéramos a preguntar
nos diría: “Yo soy diástole. Ésa es mi
condición fundamental. Yo me relajo, me distiendo, me abro y recibo la sangre
que pugna por entrar en mí”. Seguramente si preguntáramos 50 años después
nos diría: “Yo soy sístole y diástole:
actúo y empujo; me entrego y confío”.
“Desde que
Jacinta apareció al extremo del corredor, Fortunata no quitó de ella sus ojos,
examinándole con atención ansiosa el rostro y el andar, los modales y el
vestido. Confundida con otras compañeras en un grupo que estaba a la puerta del
comedor, la siguió con sus miradas, y se puso en acecho junto a la escalera
para verla de cerca cuando bajase, y se le quedó, por fin, aquella simpática
imagen vivamente estampada en la memoria. La impresión moral que recibió la
samaritana era tan compleja, que ella misma no se daba cuenta de lo que sentía.
Indudablemente su natural rudo y apasionado la llevó en el primer momento a la
envidia. Aquella mujer le había quitado lo suyo, lo que, a su parecer, le
pertenecía de derecho. Pero a este sentimiento mezclábase con extraña amalgama
otro muy distinto y más acentuado. Era un deseo ardentísimo de parecerse a
Jacinta, de ser como ella, de tener su aire, su aquel de dulzura y señorío.
Porque de cuantas damas vio aquel día, ninguna le pareció a Fortunata tan
señora como la de Santa Cruz, ninguna tenía tan impresa en el rostro y en los
ademanes la decencia. De modo que si le propusieran a la prójima, en aquel
momento, transmigrar al cuerpo de otra persona, sin vacilar y a ojos cerrados
habría dicho que quería ser Jacinta”.
Benito
Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta
Crecimiento:
dependencia e individuación.
“Érase una vez un viejo castillo en medio de un bosque
grande y espeso, en el que vivía totalmente sola una vieja bruja. De día se
convertía en gato o lechuza y por la noche recobraba su figura humana. Podía
atraer a los animales salvajes y a los pájaros, y luego los mataba, los pelaba
y los asaba. Si alguien se acercaba al castillo a una distancia de cien pasos,
permanecía parado y no podía moverse del lugar, hasta que ella lo desencantaba.
Cuando llegaba una casta doncella al círculo, la transformaba en pájaro, la
encerraba en una cesta y llevaba la cesta a una cámara del palacio. Tenía, sin
exagerar, siete mil cestas con pájaros raros en el palacio”.
Así es como
comienza el cuento popular Jorinde y Joringel, recopilado por los Hermanos
Grimm. Y luego narra el proceso de ambos amantes para encontrarse en el amor
verdadero tras un camino transformador de individuación.
No siempre el
camino de la individuación nos lleva al reencuentro, eso es cierto; o, por lo
menos, quizá no con la celeridad que desearíamos… Y no es fácil asentir a
seguir vagando por un espeso bosque siendo una vieja bruja que se convierte en
gato durante el día y transforma doncellas en pájaros que esconde en cestas…
Copular vínculos y
desapegos es ardua tarea.
“Al vivir en un pueblo angosto, por ejemplo, entre
montañas, me encuentro estrechamente unido con todos. Ahora bien, en cuanto
empiezo a subir la montaña, me distancio, veo cosas que nunca antes había
visto, y puedo sentirme unido a muchas otras cosas y personas, pero nunca de la
misma estrecha y segura que allí abajo, en el valle. Lo amplio y lo grande, por
tanto, siempre llevan también a la soledad. Aparte de este aspecto, el niño que
hay en nuestro interior también vive el paso de lo angosto a lo amplio como una
culpa, como un dejar atrás el vínculo seguro, un dejar atrás la inocencia y el
saberse acogido. Por tanto, el paso del problema a la solución únicamente se
logra si, en vez de confiarnos a lo familiar y a lo conocido, nos abandonamos a
algo desconocido que permanece inescrutable y oscuro. “
Bert Hellinger, Órdenes del
Amor
“No dejes que termine el día sin haber crecido un
poco”
Walt Whitman
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