LA PENÚLTIMA FILA A LA IZQUIERDA: Ecos de Francia - Etéphane Grapelli, por Ana Bosch López


Francia, 20 de Junio de 1936

Querido Django,

Me alegro de haber sabido de ti. Ya me pensaba yo, que el haberme dejado tomarme estas vacaciones, (si pueden llamarse así), para ver a mi padre, no eran sino una excusa para prescindir de mí y buscar un violinista mejor para el grupo. Pero me alivia que no haya sido así y que continuáis ensayando y bebiendo cerveza hasta el amanecer.
Y bien, querido amigo, respondiendo a tu pregunta, la verdad es que aquí son tiempos difíciles. O por lo menos, eso dicen. Yo no estoy tan seguro. Pero la gente no se fía. Dicen que León Blum no es bueno para el país. Y una de las razones es porque ha colocado a tres mujeres en el gobierno, algo que no había pasado nunca. La verdad, no entiendo dónde está el disparate; está claro que las mujeres saben mandar, si no, ¿cómo es que cada vez que hay limpieza general, los bares se llenan de hombres despachados por sus esposas para que no incordien? ¿Y qué me dices de los horarios de comida?, ¿o la vestimenta diaria?,  ¿y los hijos? ¿Quién manda, cuida y educa en maneras realmente de los hijos?, ¡las mujeres, por supuesto! Por eso, querido amigo, a mí parecer, el mundo ya lo gobiernan las mujeres. Que ahora estén en el parlamento, es sólo el siguiente paso de una realidad que ya existe. Lo próximo será el voto, estoy seguro. Y espero que tarde, porque si no (y esto, bromeando te lo digo), estamos perdidos.
Mi colega Du Monde, que es un entendido en políticas, dice que en realidad Blum ha puesto ahí a las mujeres para acallar los grupos feministas que están en rebelión y cada vez son más cuantiosos. Dice que le molestan, le incordian y hasta le amenazan. Por eso es que ahora hay mujeres en el gobierno. Pero que, en realidad, son simples muñequitas que puede manejar a su antojo.
La verdad es que Francia está pasando un momento extraño. El número de sindicalistas ha aumentado gran cantidad y parece ser que hay una ola de huelgas que ha comenzado en las fábricas de los polígonos parisinos y se ha extendido a todo el país. ¡Ya era hora! Por fin, los proletarios y la gente humilde nos hemos unido para reafirmarnos y rebelarnos. Todas las noches oigo a algún que otro grupo de jóvenes entonando la Marsellesa por las calles. Me alegra oírlo. Y más me alegraría si algún día, con vuestra  ayuda, vosotros, amigos, que sé que tenéis los mismos pensamientos políticos que yo, logremos interpretarla como un sentido eco de Francia.
Pues bien, querido Django, aquí estoy escribiéndote sentado en la penúltima fila a la izquierda de una cafetería parisina: La Mer. Nunca había venido aquí antes, pero estos días la he elegido ya que me recuerda a esa tan preciada obra de Claude Debussy con el mismo nombre. ¡Qué exquisitez de matices y efectos, la música de este compositor! Una lástima que la primera vez que se ejecutó la obra, en 1905, como ya bien sabes, la orquesta, dada su mala ejecución, provocó tan deplorable crítica. Yo, aunque dejé el conservatorio de música y los estudios clásicos a la edad de 20 años, nunca olvidaré los días que interpretamos su Prélude à l'Après-midi d'un faune con la orquesta. Fueron unos conciertos maravillosos.


Aún me arrepiento, querido Django, de haber dejado las clases de violín en el conservatorio de París. Los dos sabemos que nunca fui un buen alumno; faltaba a clase en incontables ocasiones por tener que tocar en las calles para poder dar de comer a mis hermanos, ya que los ingresos de mi padre también eran escasos. Tampoco ayudaban mucho las muchas veces que mi tío Pierre me llamaba para acompañar las películas de cine mudo que producían en su local, pero, en el fondo de mí, siento que podría haber ahondado un poco más en aquellas partituras de Brahms o los estudios de Paganini que tan difíciles se me hacían.
La camarera que me sirve el café se llama Nancy. Es rubia y lleva el pelo corto. Es de cintura estrecha, como a ti te gustan. Siempre que alzo la vista de mis partituras se percata y viene corriendo a servirme más café, no sin antes preguntarme: “¿Un poco más, señor Grapelli?” No se sabe mi nombre. Quizás la próxima vez le diga que me llamo Stéphane y le pida que cene conmigo. Creo que le gusto.
Por cierto, diles  a los demás del grupo que aquí, en París han oído hablar de nosotros. No en los pocos pubs que tuvimos el placer de tocar, hace ahora dos años, cuando nos conocimos, sino en locales mucho más prestigiosos y personas burguesas de las que no les falta dinero ni apariencia. Dicen que nuestro quinteto, el Hot club quintet de France, es uno de los mejores grupos jazzísticos de los que han oído hablar. Sé que nuestro Charles, el del Hot Club, es muy charlatán y habrá pregonado maravillas de nosotros, pero parece ser que ha sido más que eso. Espero, volvamos a tocar por aquí. Y aún me gustaría más si ese mismo día nos encontrásemos con la extravagante orquesta de baile Grégor el ses grégoriens donde yo pertenecía, y tuviese la oportunidad de explicarles lo feliz que soy sin ellos.
Amigo Django, el día que viniste a buscarme para tocar contigo, me cambiaste la vida.
Y sin más, antes de despedirme, me gustaría que leyeses una noticia del periódico francés que me encargué de recortar y guardar con reparo el primer día que vine aquí. En cuanto vi la foto supe que estaba relacionada con la carta que me mostraste la última vez que nos vimos antes de que partiera. Se me antoja una terrible casualidad.
La verdad, tengo que decir que me sorprendió; no sé qué hacía esa joven por aquí, ya que ella es americana, pero ya hablaremos de esto cuando llegue y así, si me entero de algo más, te daré la primicia.
Sin más, un saludo para ti y para el resto del grupo, espero disfrutéis y descanséis los días que quedan sin mí, porque volveré con más ganas de tocar que nunca.

Un fuerte abrazo,

Stéphane

PS. La camarera ha aceptado cenar conmigo. No sé muy bien dónde llevarla. Debe tener unos veinte años y parece de gustos caros y una extensísima experiencia en citas a juzgar por su conversación. Puede que la lleve al mismo lugar donde dicen que Debussy llevaba a sus amantes, me gustaría sentirme como él alguna vez...


Le Monde
18 de Junio de 1936
La joven del cementerio
Anoche apareció muerta una joven en el cementerio de Père-Lachaise en París. Su cuerpo estaba situado al lado de la tumba del famoso compositor Fréderic Chopin a eso de las dos de la madrugada.
El cuerpo responde al nombre de Nancy Sand, joven de 18 años, residente en Los Ángeles de Estados Unidos que se encontraba en la capital francesa por razones desconocidas.
Aunque la policía prefiere no desvelar nada, fuentes internas nos han informado que el cadáver se encontraba con los brazos abrazando a la tumba del compositor. Parece ser que, además, a la víctima se le había extirpado el corazón, que se encuentra actualmente en paradero desconocido.
A continuación, les presentamos una foto de la joven, prestada por sus padres, con el fin de seguir sus últimos pasos y esclarecer los hechos. Si a alguno de nuestros lectores le es familiar o la conoce, no dude en ponerse en contacto con nosotros por carta o por teléfono.




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