CREERÉ: Capítulo 2: Crisis, por Ángeles Sánchez


A la mañana siguiente me despierto con un aroma a café profundo. Viene de la cocina. Oigo el tintinear de los platos. Javi me ha dejado unas zapatillas de estar por casa, seguramente fueran de Cris, así que decido no ponérmelas. Me miro en el espejo y veo que la mujer que me devuelve la mirada debe de tener unos treinta y tantos años.
El pijama que llevo tampoco es mío. Me lo quito y lo dejo perfectamente plegado sobre la cómoda. Me doy una ducha rápida en el baño de la habitación. Agua caliente, en el pequeño pueblo donde vivía no la usaba, me traía malos recuerdos de mi época en el Gran Núcleo. Me visto con la misma ropa que llevaba al salir del hospital. También de Cris, supongo.
Salgo al pasillo y como ayer prácticamente Javi tuvo que traerme a rastras mientras yo gemía, pataleaba y chillaba, no recuerdo muy bien hacia dónde ir. Sigo el sonido de los cacharros de cocina y ahí estoy otra vez, mirando el cuadro de la boda de Javi y Cris. Mil preguntas me invaden la mente. Mil cosas que no sé si quiero saber.
Pierdo la noción de la realidad y sólo vuelvo en mí cuando escucho a Javi carraspear, está mirándome desde la puerta de la cocina. ¿Cuánto tiempo llevará ahí? ¿Cuánto tiempo llevo yo aquí? Estoy llorando otra vez. ¿Cómo es posible?
Pensaba que los días de llanto y de pesar habían terminado. Me costó mucho aceptar que Mario había muerto, cuando estaba escondida en las cuevas mis compañeros tenían que irse a lo más profundo para poder dormir porque mis berridos nocturnos se lo hacían imposible. Luego, durante el día, me limitaba a mirar al vacío, de vez en cuando salía a cazar animales. Compartía mi comida y aceptaba la que me daban, ese era todo mi trato social. A penas hablaba con nadie y la mayor parte del tiempo me la pasaba encogida, sujetándome las rodillas y balanceándome sobre mi misma una y otra vez mientras lloraba a lágrima viva. Entonces, poco a poco mis nervios se fueron calmando, tardé mucho, pero al final aprendí a ser más comunicativa, pensé que ya nunca volvería a pasar por ello.
Pero aquí estoy, mirando a un cuadro en el que Javi coge por la cintura a Cris desde atrás mientras se dan un dulce beso. Es una foto preciosa. Y yo maté a la chica feliz de la imagen. ¿Hace cuánto ya de eso? Entre mis altibajos, mi mudez y mis largos momentos enchufada a mi nueva amiga alucinógena no sé cuánto tiempo estuve en el hospital, cuánto tiempo dormí y cuánto pasó después. ¿Dos semanas? ¿Tres?
Javi sigue mirándome, su expresión es dura otra vez, no como la del chico que ayer me dijo que no me recriminaba nada. No como la del Javi que conocía. Es esa mirada dura, fiera e impertérrita que conocí en el hospital el día que desperté. Sofoco el impulso de salir corriendo y me dejo caer en el sofá con las manos tapándome la cara. Entonces por primera vez hago lo que he estado evitando. Pregunto.
– ¿Cuánto ha pasado desde el día que... que me recogiste? - Después de tantos días mi voz pausada suena a ultratumba.
– Dormiste durante cinco días y después estuviste una semana en el hospital.
– Ah... y...y ¿Cuándo...eeeem, cuándo os casasteis? - Esta pregunta me cuesta más, pero es una de las que más me martillea el cerebro en este momento.
– Hace un par de años.
– ¿Por qué Cris no me lo contó?
– Supongo que por lo mismo que a mí no me contó que estabais en contacto.
– Y ¿Ana? ¿Está bien?
– ¿Qué quieres decir? Tuvo un mal embarazo, pero ya está perfecta.
– ¿Emba... qué?
– ¿No lo sabías?
– Es obvio que no, al parecer ha pasado más tiempo del que pensaba desde la última vez que la llame. Entonces... ¿Ella está bien?
– Sí, ¿Pero por qué tanta insistencia?
– Creía que las preguntas las hacía yo...- Ambos reímos- Cris me dijo que había venido a verme porque Ana estaba muriendo...
– No que yo sepa, hablé con ella justo ayer. Quiere que sepas que en cuanto encuentre un hueco vendrá a verte y a presentarnos a Rafa junior. - Le miro perpleja.
– ¿Rafa? ¿Rafa... Ginés junior?
– Eh... sí. Creía que no se veían desde... bueno, desde que…- evito decir las palabras “mate a Jara”- desde que me fui.
– Y así fue, pero hace unos meses se reencontraron. Él le juró que no sabía nada, que jamás hubiera imaginado que las intenciones de Jara eran matar a nadie inocente.
– Ya, claro...
– Créeme, él no es tan listo como parece.
– Vale... - esta pregunta me cuesta un montón pronunciarla, vuelvo a poner mis manos sobre la cara- ¿La echas mucho de menos?
– Echo de menos a la mujer que creía que era, no a quien resultó ser. – Su respuesta me choca, pero creo que le entiendo.
– ¿Me odias?
– Jamás podría odiarte. Pero si lo que quieres saber es si estoy defraudado te diré que sí. Vivimos tiempos difíciles, no como antes, pero el Gobierno hace la vista gorda a muchas cosas, te dejan matar siempre y cuando reembolses una buena cantidad de dinero, por eso estás viva. Te dejan robar mientras les des una parte y así con un montón de cosas. Y te mentiría si dijera que yo no he cometido ningún “crimen” en estos tiempos. Trabajo para ellos, y me obligan a hacer barbaridades. Pero... ¿matar a un amigo? No sé, supongo que jamás me he visto en esa situación y no lo puedo comprender, te juro que lo intento, pero no puedo. Es cierto que ella iba a morir de todos modos, pero te conozco, siempre hasta el último momento has buscado una solución alternativa. Esperaba que también en esto lo tuvieras. Matarla fue el camino fácil.
– La ira que sentía por dentro era demasiado fuerte, sentía que yo misma me estaba muriendo y sí, era consciente de que ella también iba a morir. Pero no voy a engañarte, aun que entonces hubiera sabido que en cuestión de segundos llegarías tú y que podrías habernos salvado a las dos, incluso entonces, la hubiera matado.
– Lo supongo. - Se calla un momento. - No sé Angy, ya no somos críos de dieciocho años, ni tenemos tampoco veintitrés como cuando todo esto empezó. Lo que ella te hizo, lo que nos hizo, estuvo mal. Nos engañó a los dos. Y yo también te mentiría si te dijera que no me alegro un poco por su final. Pero no era justo para ella, ni para ti. Esto no tendría que haber acabado así.
Los dos callamos un rato. Entonces él se sienta a mi lado en el sofá y pasa un brazo por encima de mí para que me acurruque sobre él. Y veo en su cara que hay algo que se muere por preguntar e intuyo lo que es.
– ¿Por qué no me llamaste ni una sola vez, Angy?
– Por vergüenza, supongo.
– Ya...- comienza a tocarme el pelo. Y yo me quedo dormida otra vez.
Cuando despierto, por primera vez en mucho tiempo tengo hambre. No recuerdo haber comido más de una sopa al día mientras estaba en el hospital, así que ahora estoy totalmente desfallecida.
Javi sigue a mi lado, no se ha ido, y eso me alivia. Me siento mejor cuando está a mi lado. Incluso consigo dormir sin pesadillas. Le miro medio ida, he dormido tanto que apenas puedo abrir los ojos, me noto la cara hinchada, debo tener un aspecto horrible. Él me mira y sonríe, no me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que echaba de menos esa sonrisa.
– Debes de tener hambre.
– Sí- en ese momento muy a mi pesar mis tripas rugen dándome la razón - ¿Qué propones?
– Son casi las dos. ¿Macarrones? - ¿Es posible que aun recuerde que son mi plato favorito o es mera casualidad?
– Claro – Después de lo que me parecen siglos por fin sonrío honestamente.
Nos ponemos manos a la obra y él me informa de todas las cosas que me he perdido, cotilleos y cosas del Gobierno. Hablamos y hablamos sin parar y cuando nos damos cuenta son más de las seis de la tarde. Suena el telefonillo de la puerta y yo casi caigo al suelo del susto.
En mi antigua casa en la costa prescindía de todos los caprichos tecnológicos que fueran de más. Sólo contaba con electricidad y un teléfono móvil de segunda mano, sin ninguna función más allá de hacer llamadas y escribir mensajes. Además, cada cierto tiempo cambiaba el número, para protegerme. ¿Y de qué me sirvió? Javi no puede parar de reírse, literalmente se está tronchando de mi cara. No entiende mi reacción. Vuelve a sonar y él se dirige hacia la puerta. La abre y un torbellino de emociones inundan mi alma.
Es Ana, con el bebé más precioso que he visto en mi vida en sus brazos. Tiene mucho pelo para tener apenas días y definitivamente ha heredado los ojos de su madre. Intento abrazarla pero con el niño a cuestas no sé cómo hacerlo. Ella en un gesto muy poco maternal le da al niño a Javi, el cual se queda mirándolo con cara de circunstancias, ¿o es pena? No me da tiempo a pensarlo por qué la loca de mi mejor amiga me está estrangulando con su abrazo. No para de reír y de llorar al mismo tiempo y yo también. Lloro. Lloro de felicidad. Esto sí que es nuevo.


Al final del día estoy tan agotada que me meto en la cama en cuanto Ana y el bebé salen por la puerta. Me quedo dormida en cuestión de segundos. Y en minutos comienzan los malos sueños.
Estoy corriendo tanto como puedo pero no consigo ver el final del túnel, miro hacia atrás pero tampoco veo nada. Nadie me persigue, pero tengo miedo, estoy asustada porque sé que si no salgo de ahí a tiempo algo malo va a pasar. Sigo corriendo, me tropiezo cada dos por tres, cada vez está más oscuro, pero lucho, lucho por salir de ahí. Justo cuando empiezo ver luz al final escucho un disparo en el exterior. Corro más rápido por qué algo dentro de mí me dice que alguien acaba de morir. Me estoy asfixiando, las piernas no dan más de sí, así que caigo al suelo y me arrastro tan rápido como puedo, llego afuera justo para ver el cadáver de Mario en los píes de Jara. Lo ha matado delante de un montón de gente que no ha hecho nada para evitarlo. Ahora me está apuntando a mí con la pistola, y sé que moriré, grito pero no consigo articular sonido, mi boca se abre, mis cuerdas vibran pero no hay sonido que salga de mi interior. Entonces Jara deja de apuntarme y dispara a boca jarro a un niño que se esconde detrás de Cris. El niño cae redondo al suelo. Javi corre hacia el pequeño y es el siguiente en recibir un tiro, también cae. Quiero gritar a Jara para que me mate a mí, pero no puedo, no puedo gritar. No puedo hacer nada. Entonces el suelo empieza a temblar. Me zarandeo adelante y atrás en un ritmo frenético...
– Angy, Angy... sólo es un sueño, despierta.
¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? No entiendo nada pero poco a poco todo cobra sentido. No ha muerto nadie otra vez, Javi está aquí y Jara se está pudriendo en algún lugar en el que no quiero ni pensar.
– No parabas de gritar. Ha sido una locura.
– ¿Qué he gritado? - Espero no haber gritado su nombre o el de Mario. Sería la guinda del bochorno.
– Bueno... primero llamabas a Mario – maldigo- después has empezado a gritar mi nombre.
– Teniendo en cuenta que os mataban a los dos...
– ¿Quién?
– Jara.
No dice nada, no hace falta decir nada. Creo que ve el pánico en mi cara. Se recuesta conmigo en la cama. Me abraza y acaricia el antebrazo. Me quedo frita enseguida. Y esta vez no hay pesadillas. Empieza a ser una norma el dejar de lado el mundo de las alucinaciones cuando me duermo con él. Es placentero poder dormir horas sin miedo.
A la mañana siguiente cuando me despierto estoy tan despejada que necesito hacer cosas. Busco a Javi por la casa y lo encuentro dormido en su habitación. Parece un niño cuando duerme. Siempre me ha gustado verlo dormir. Le observo por largo rato. Pero al final decido asear un poco la casa, ayer fue un día tan intenso que lo dejamos todo por el medio. Alrededor de las diez aparece en el comedor completamente acicalado. Parece que vaya a un funeral. Me dice que le han llamado desde el mando y que tiene que ir a hacer un trabajo, no sé por qué no me suena nada bien.
Sobre la una del medio día suena el teléfono y esta vez el susto es menor, aunque estoy segura que Javi se hubiera desternillado al verme tropezar con la escoba. Es él. Me dice que no vendrá a comer. Decido no comer yo tampoco. Me tiro en el sofá. Mala idea. Muy mala idea porque con esa maldita foto central no tardo ni tres minutos en empezar a llorar como una niña. Busco las pastillas, necesito droga. Me tomo un par aunque la receta dice que me tome sólo una en caso de crisis.
Medio drogada llego hasta mi cama y me tiro en ella. Como no, las pesadillas van y vienen a un ritmo enloquecedor. Hay muertos por todos lados, yo los he matado a todos. Después cambian y se convierten en serpientes que me atacan. Vuelven a ser muertos. Un niño me pregunta por qué le maté. Los delirios van a peor cada vez y estoy tan inutilizada por los tranquilizantes que no puedo hacer nada por despertarme, sólo esperar a que pase el efecto.
Me despierto y altero cuando veo la hora. Son más de las once de la noche y Javi no ha llegado a casa. Miro por todas partes buscando algún lugar donde pueda estar apuntado su número de teléfono. Pero es inútil, no aparece por ninguna parte. Estoy de los nervios y no se me ocurre nada que hacer salvo esperar.
A las cinco de la madrugada sigo despierta y no por mi gran siesta sino porque tengo los nervios crispados. Considero la posibilidad de meterme otra pastilla en la garganta, pero la descarto. Ni quiero dormir ni quiero una sobredosis. No he comido nada en todo el día ni en la noche y el estomago me protesta, pero tengo tal nudo en la garganta que vomitaría cualquier cosa que intentara tragar.
Cuando empieza el verdadero ataque de pánico son más de las siete de la mañana. Empiezo a llorar, a gritar y a maldecir, y Javi sigue sin aparecer. ¿Pero qué está pasando? ¿Por qué no me ha llamado al igual que lo hizo para decirme que no vendría a comer? ¿Qué le ha pasado? Me pongo en lo peor, como siempre. Lo veo muerto como en mis pesadillas y eso hace que al llanto se le una la opresión en el pecho. Jadeo acurrucada en una esquina del recibidor mientras no pierdo de vista la puerta.
Estoy al borde del colapso cuando la puerta se abre y aparece él, totalmente bañado en sangre, con una brecha cosida en la frente y una venda en el brazo. Siento como me mareo y todo se empieza a desvanecer. Pero no quiero, no puedo dejarle así. Mal herido y con una inconsciente en el suelo de su casa.



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