EL ARPA DORMIDA: Amado Nervo y la serenidad, por Ancrugon

Tal vez la aportación más destacada de México al modernismo poético sea la voz de Amado Nervo, nacido en Tepic, desde donde se pueden contemplar los atardeceres sobre las aguas del Pacífico, un 27 de agosto de 1870, con el nombre de José Amado Ruiz de Nervo, fue un poeta de palabra fecunda y verso sigiloso y ágil capaz de enredarse tanto en las ramas de los sueños como en las raíces de la realidad.
Sus primeros pasos estudiantiles los dio por las aulas y pasillos del Colegio de Jacona para pasar posteriormente al Seminario de Zamora, en el Estado de Michoacán, con la intención de cursar estudios eclesiásticos, los cuales abandonó a los veintiún años a causa de los problemas económicos de su familia, pero cuya semilla espiritual le acompañaría ya durante toda su existencia afectando en la mística de su creación poética, sobre todo en las reflexiones sobre la existencia y el dilema entre la vida y la muerte…


SI TÚ ME DICES VEN

Si tú me dices ven, lo dejo todo...
No volveré siquiera la mirada
para mirar a la mujer amada...
Pero dímelo fuerte, de tal modo
que tu voz como toque de llamada,
vibre hasta el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lodo
y hiera el corazón como una espada.
Si tú me dices ven, todo lo dejo...
Llegaré a tu santuario casi viejo,
y al fulgor de la luz crepuscular,
más he de compensarte mi retardo,
difundiéndome ¡Oh, Cristo! como un nardo
de perfume sutil, ante tu altar.


Tras este paso, comenzó a trabajar como periodista en publicaciones como la Revista Azul, fundando junto a Jesús E. Valenzuela la Revista Moderna, ambas precursoras de la estética modernista que inundaba todos los rincones intelectuales de Latinoamérica. En 1898 aparece su primer poemario, Perlas negras, seguido de Místicas, donde se nota la deuda de nuestro poeta al magisterio del gran Rubén Darío. De esta época es el poema A Kempis, uno de los más líricos compuesto por su mano…



Ha muchos años que busco el yermo,
ha muchos años que vivo triste,
ha muchos años que estoy enfermo,
¡y es por el libro que tu escribiste!
¡Oh Kempis, antes de leerte amaba
la luz, las vegas, el mar Océano;
mas tú dijiste que todo acaba,
que todo muere, que todo es vano!
Antes, llevado de mis antojos,
besé los labios que al beso invitan,
las rubias trenzas, los grande ojos,
¡sin acordarme que se marchitan!
Mas como afirman doctores graves,
que tú, maestro, citas y nombras,
que el hombre pasa como las naves,
como las nubes, como las sombras...,
huyo de todo terreno lazo,
ningún cariño mi mente alegra,
y con tu libro bajo del brazo
voy recorriendo la noche negra...
¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo,
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!


En 1900 viaja a París como corresponsal del diario El Imparcial con la función de cubrir la Exposición Universal que se celebraba en la capital francesa, sin embargo, residió en ella durante dos años durante los cuales conoció al maestro Rubén Darío y se relacionó con otros poetas parnasianos y modernistas que pululaban por la ciudad de la luz, adoptando la filosofía y los principios de estos movimientos artísticos que proclamaban la belleza artística pura sin afecciones utilitarias, ni pasiones, ni sentimientos personales. Otra influencia indiscutible fue la producida por el español Leopoldo Lugones, lo que provoca que las obras de este periodo: Poemas (1901), El éxodo y las flores del camino, Hermana agua y Lira heroica (1902) y Los jardines interiores (1905), posean un tono menos místico y más refinado y formal.
Así mismo, en París, conocerá a la que sería la mujer de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, con quien viviría un idilio continuo durante una década sólo cortado por la muerte de ella en 1912 y a quien dedicó La amada inmóvil, poemas que sólo serían editados póstumamente pues el poeta los consideraba algo íntimo, como subraya el titulado Ofertorio…


OFERTORIO

Dios mío, yo te ofrezco mi dolor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor,
¡un gran amor!
Me lo robó la muerte
...y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!...


La amada inmóvil es tal vez el libro más autobiográfico de Amado Nervo por lo que de lamento y de sentimiento encierran sus versos. En su prólogo describe la muerte de Ana Cecilia: “Un hacha invisible me ha dado un hachazo en mitad del corazón”. A la muerte de ella, Amado Nervo se hizo cargo de su hija, Margarita, adoptándola como suya, como le comunica a su hermano Rodolfo en una carta escrita desde Madrid en 1912: “Mi muy querido hermano, te agradezco muy de corazón las frases tan nobles y afectuosas que dedicas a mi Anita. Desgraciadamente no fui para ella tan bueno como lo merecía esa alma de elección que más de diez años me acompañó por la vida sin que un solo instante palideciera su ternura. Debí casarme con ella y no lo hice por preocupaciones y suspicacias que ahora a la luz cruda de mi dolor considero indignas y estúpidas. No encuentro más que una manera de reparar mis omisiones para con ella y es amparar a la niña, que, después de mí, fue su gran cariño. Anita ha dejado como unos veinte mil francos, que a su vez heredó, en parte cuando menos, de una hermana suya. Estoy arreglándole a la pequeña Margarita la intestamentaría que se tramita en Francia y procuraré, si vivo, que a su mayor edad reciba duplicada esta suma, para que pueda casarse honorablemente y ser más feliz que Anita.” En la foto que acompañamos podemos ver al poeta con la niña al poco tiempo de la muerte de su madre: “Ingenua como el agua, diáfana como el día,/ rubia y nevada como Margarita sin par,/ al influjo de su alma celeste amanecía…” De este libro el poema que mejor describe a su amada es el titulado Gratia plena fechado en 1912…


GRATIA PLENA

Todo en ella encantaba, todo en ella atraía
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como Margarita sin par,
el influjo de su alma celeste amanecía...
Era llena de gracia, como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que muchas princesas, princesa parecía:
era llena de gracia como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Yo gocé del privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía;
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avemaría,
y a la Fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió... como gota que se vuelve a la mar!


De regreso a México, trabajó de profesor en la Escuela Nacional Preparatoria y más tarde fue nombrado Inspector de Enseñanza, ingresando en 1906 en servicio diplomático mexicano desarrollando sus cometidos en las embajadas de Argentina, Uruguay y, finalmente, España. Pero todavía tenía tiempo para la poesía y, tras la muerte de su amada, publica En voz baja, que proclama la transformación que estaba ocurriendo en el alma del poeta quien comienza su andadura hacia la paz espiritual. A estos versos les siguen el ya mencionado La amada inmóvil (1912) y Serenidad (1914)…


SERENIDAD

Serenidad, seamos siempre buenos
amigos. Caminemos reposada-
mente. La frente siempre sosegada
y siempre sosegada el alma. Menos
mal que bebí de tus venenos,
inquietud, y no me supiste a nada.
El aire se serena, remansada
música suena de acordes serenos.
No moverán la hoja sostenida
con mis dedos, a contra firmamento
en medio del camino de mi vida.
Vísteme de hermosura el pensamiento,
serenidad, perennemente unida
al árbol de mi vida a contra viento.


En sus años de madurez, cuando todo evoluciona hacia la renuncia de lo humano, Nervo vuelve su mirada hacia las doctrinas orientales, cerrando así el círculo místico aspirando ahora al Nirvana: “La muerte es la libertad absoluta”, dijo en uno de sus trabajos en prosaEsta evolución produce obras como Elevación, El arquero divino y El estanque de los lotos (1917). En 1919, Amado Nervo muere en Montevideo, donde estaba desempeñando el cargo de Ministro Plenipotenciario de Argentina y Uruguay, y donde cerró definitivamente la rueda de su fe, reconciliándose con sus primeras creencias religiosas…


Y EL BUDA DE BASALTO SONREÍA

Aquella tarde, en la alameda, loca
de amor, la dulce idolatrada mía
me ofreció la eglantina de su boca.
Y el Buda de basalto sonreía...
Otro vino después, y sus hechizos
me robó; dile cita, y en la umbría
nos trocamos epístolas y rizos.
Y el Buda de basalto sonreía...

Hoy hace un año del amor perdido.
Al sitio vuelvo y, como estoy rendido
tras largo caminar, trepo a lo alto
del zócalo en que el símbolo reposa.
Derrotado y sangriento muere el día,
y en los brazos del Buda de basalto
me sorprende la luna misteriosa.

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