JUGUETES: ¿Dónde está Lucía?, por Wendi

Carlos, bastante alterado y nervioso, iba dando grandes zancadas sendero arriba y sendero abajo, mirando de vez en cuando a la casa iluminada por el sol del amanecer y, en ocasiones hablaba en voz alta soltando algún que otro improperio y gesticulando con los brazos. Y así lo encontraron los guardiaciviles cuando llegaron con el coche patrulla haciendo crujir la grava del camino.
- Buenos días – saludó formalmente uno de los agentes mientras se apeaban del coche. - ¿Es usted quien ha denunciado la desaparición de una niña?
- Sí, sí, yo… yo he sido… - respondió Carlos muy inquieto.
- Cálmese, cálmese – le aconsejó el guardiacivil. – Veamos, ¿cuándo se dio cuenta de su ausencia?
- Esta noche, sobre las cuatro de la madrugada, cuando la otra niña tuvo una pesadilla y mi mujer y yo fuimos a su habitación…
- ¿Duermen las dos en la misma habitación?
- No, no, no…. Tienen habitaciones separadas… Ya tienen catorce años y quieren tener su independencia, ya sabe…
Los dos agentes intercambiaron una mirada de complicidad.
- ¿Tuvieron alguna discusión con ella últimamente?
- No, nada que fuera tan importante como para abandonar la casa, si es a eso a lo que se refiere…
El otro afirmó con la cabeza en silencio, luego se volvió a su compañero e intercambiaron unas palabras en voz baja.
- Su esposa y la otra niña están en casa, supongo – dijo después.
- Sí, sí… si quieren hablar con ellas… están bastante preocupadas…
- Sí, me hago cargo, pero no se preocupe, mi compañero les hará unas preguntas mientras usted me muestra la habitación de la muchacha.
Al llegar a la casa, Lucía madre estaba en la puerta con el asombro dibujado en su rostro y mirando angustiada a su marido.
- Buenos días, señora – saludó el otro policía. - ¿Podríamos hablar un momento? – ella afirmó y le mostró el camino al salón. – Disculpe, pero ¿está su hija ahí?
- ¿Mi hija? – preguntó ella en un tono de extrañeza. Entonces negó con la cabeza y se volvió hacia la cocina.
Carlos condujo al otro guardiacivil escaleras arriba, perdiendo el aliento en la ascensión como si todo dependiese de llegar un segundo antes o después. Abrió la puerta precipitadamente y dejó pasar al agente. La habitación aparecía inmaculadamente limpia y aseada, cada cosa en su sitio, la cama hecha y nada que pudiese indicar algo anormal. El inspector miró todo por encima sin tocar nada y luego se asomó a la ventana.
- ¿Encontraron la habitación así?
Carlos afirmó con un nudo en la garganta.
- Eso quiere decir que la muchacha no durmió en su cama… - pensó el otro en voz alta, - y, si no puede volar, ella escapó por la puerta principal, ¿o hay otras salidas?
- No, no… bueno, la del jardín… - se corrigió Carlos.
- ¿Y por el jardín se puede salir a la calle?
- Sí, hay una puerta enrejada de hierro… pero la única llave está en la cocina… no creo que…
- ¿Está saliendo su hija con algún muchacho?
- Pues… no lo sé… Tienen las dos muchos amigos… ya sabe…
- Cenar, cenó en casa, ¿no?
- Sí, sí… en el jardín… Lo han estado arreglando para una fiesta que quieren dar mañana… y cenamos en la marquesina… estaba precioso… - y las lágrimas le brotaron sin más.
- Tranquilo – quiso calmar el agente, - estos casos son frecuentes y luego sólo son travesuras de adolescentes sin más importancia…
- ¡Cabo!, bajen, por favor… - gritó desde el pie de la escalera el otro guardiacivil.
- ¿Ocurre algo? – preguntó el cabo desde arriba.
- Bajen, creo que esto ya está solucionado.
Carlos salió como un cohete y bajó las escaleras de dos en dos. Cuando se encontraron los dos guardiaciviles el cabo le interrogó al otro con la mirada y éste se limitó a señalar la cocina con un movimiento de cabeza. Y en ese momento escucharon un grito de Carlos:
- ¡Lucía, Lucía!...
Al entrar ambos a la cocina Carlos estaba abrazado a su hija que lloraba desconsoladamente, mientras la madre tenía los ojos rojos anegados de lágrimas y María gimoteaba sentada delante de su desayuno sin tocar.
- ¡Hija mía, hija mía!... – balbuceaba Carlos acariciando el rostro de Lucía. - ¿Por qué has hecho esto?... – y la chiquilla lloraba más fuerte todavía.
- Papá… ¿qué te pasa?... – dijo al fin entre hipos.
- ¿Qué qué me pasa?... Imagínate como me siento sin saber dónde estabas…
Lucía lo miraba desconcertada, enlazando y desenlazando los dedos de sus manos en un nerviosismo imposible de evitar.
- Papá…
- No lo vuelvas a hacer, no lo vuelvas a hacer… - gimoteaba Carlos acariciando la larga melena rubia de su hija.
- Papá… - Lucía intentaba que la escuchara.
- He tenido mucho miedo… ¡mucho!... – continuaba el padre.
- ¡Papá! – gritó la niña. - ¡Yo no he ido a ninguna parte!… - y rompió a llorar de nuevo.
Carlos la miró como si no la conociera. Quiso decir algo, pero no salió ningún sonido de su boca. Su mujer se acercó con lágrimas en los ojos y se abrazó a él acariciándole la cabeza.

- Es cierto, cariño… - su voz sonó suave aunque temblorosa. – Lucía ha dormido toda la noche en su habitación

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